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domingo, abril 28, 2024

La Tercera Voz 26

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La semana danza con suaves nostalgias y no certezas.

Lunes:
No está la vida en Weston. No es ahí la urdimbre de la vida
de Ella. Necesariamente la huida se prolonga. ¿Hacia dón
-de? Ella huye a esas planicies de vaqueros sin espuela y
como atinadamente la amiga Betty Blue le dijera en días
recientes: “Y Ella sin corcel”.
El más pequeño de los críos, el “sapodrilo” mira a Ella
y le dice:
–Quisiera que la vida fuera normal, como antes cuando
vivíamos con papá. Toda esta familia se anda separando.
Hasta los abuelos ya se fueron a vivir a otro lado y también mis primos. Yo quiero la vida normal.
Ella se dobla y también se quiebra.

Martes:
Ella recibe un correo electrónico de su amigo Charles E.:
–Hola Ella, en tu silencio te intuyo triste y pensativa,
acaso lejana y absorta. Qué extraña es la vida, no te
imagino por esas tierras gélidas y sórdidas. He de con
-tarte que a mí me dieron la beca del Sistema Nacional
de Creadores (en tres años tengo que escribir una nove
-la, un libro de cuentos y otro de ensayos). Casi puedo
oler tu tristeza y ese empeño tan tuyo de instalarte en
las voces del pasado. Las voces de tus poetas malditos.
Créeme Ella ya es hora de que sepultes tantos desamores
de almas exiguas. Son historia muerta. Beso tus manos,
Charles E.
Pero, ¿cómo? ¿cómo olvidar esa apoteósis escritural
de esa voz que alguna vez fuera almibar?. Esa voz ane
-gada en obscuros silencios. La voz sin rostro. Esa voz
falaz de escritura-mantra que mesmeriza:

–Ella: sé que no entiendes mis silencios. El silencio me
confronta conmigo mismo. Me hace sentir huérfano de
amor. Me castigo no hablándote. Quiero saber de qué es
-toy hecho. Quiero ver si la vida puede ser como era an
-tes de que tocara tu pie izquierdo. La respuesta es una:
no. Imposible. Ya dependo de ti y de tu cintura y de tus
piernas. Mi mano huele a tu sexo. Ella: No es que ame
mansamente. Te amo con mansedumbre y servidumbre.
Es decir: mi amor es lumbre. Con fuego.

Fin de los mensajes.
Fin de la inmolación.
Fin de las voces.
Fin de la evocación.

Miércoles:
Ella contesta una llamada telefónica que no es para ella.
Se trata del Rey Salomón, así dice llamarse con su muy
marcado acento árabe. El desea concertar una cita con la
amiga Zulma para mostrarle una propiedad que tiene en
renta en la zona de los “ranchos del oeste”. Llama la aten
-ción de Ella que el susodicho Rey habla con toda la propie
-dad monárquica que el nombre le confiere. Pero, singular
el hombre, le hace una pregunta a Ella harto extraña, casi
fuera de contexto. Y es que en las tierras del silencio cual
-quier comentario que no esté dentro de los manuales de
“lo políticamente correcto” peca de atrevido:
–Disculpe usted, ¿cómo es el óvalo de su cara?
–Redondo luna-llena –responde Ella con certeza y un
mucho de asombro.
Horas después, se reúnen con Rey Salomón para hacer
un recorrido a la mansión en renta. El hombre le obse
-quia a Ella unos lentes obscuros marca Gucci, acordes
con el óvalo del rostro de Ella. Imposible aceptarlos. El
manual indica que “no aceptarás regalos de extraños”.
–No, gracias, no puedo aceptarlos– espeta lacónica.
Fin de la insulsa anécdota

Jueves:
Ella le envía un correo electrónico a su amiga Giraffe:
–Tengo las maletas listas para partir con los críos a Frisco. Estoy postrada con esta virginidad a cuestas como un
fardo insostenible. Y esta corporeidad bronca e indócil.
Giraffe responde:
–Ay Ella, como siempre te digo, sé virtuosa y la vida te
pondrá ese hombre que
anhelas en charola de plata!!!.
Brota la primera carcajada de la semana. !Por fin! algo
de humor en este descenso a los infiernos de “los diablos
del norte”.
Viernes:
Huye Ella de Weston. No cesan las voces internas el griterío. –No es aquí la vida–, le dicen –aventúrate a su búsqueda–, le dictan imperiosas. Ella se levanta temprano a
las 3:00 de la madrugada y se dirige al aeropuerto con los
críos. Parte con ellos rumbo a Frisco. Tras un extenuante
viaje de más de seis horas con varias escalas de por medio
Ella llega por fin a su destino, esas tierra del oeste. Antes de subir al avión un hombre la mira. No a Ella. Mira
sus manos y quizá sus pies. Quizá. Las mira fijamente. De
pronto, inesperadamente el hombre se acerca a Ella toma
una de sus manos e inquiere:
–Nunca había visto un color de uñas así. ¿Qué color es
éste?.
Ella, por instantes piensa en ese su tono que tanta suerte le ha traído: “azul turquesa intenso cóooooogeme despaaaacitooooooo”, pero permanece discreta y, en cambio, responde:
–Azul turquesa intenso mar caribe.
Abordan el avión. Ella y los críos se sientan en la fila
15. El hombre, en el pasillo de la fila13 voltea y la busca.
Se acerca nuevamente y le dice:
–Vivo en Plano y tengo una alberca con incrustaciones
de cuarzos diversos, muchos casi del color de tus uñas
¿te gustaría conocerla? Puedes ir con tus hijos, les va a
encartar esnorkelear en mi piscina.
Acto seguido el hombre le extiende a Ella una tarjeta
con sus coordenadas.
Ella agradece la invitación y le comenta al hombre que se
pondrá en contacto con él cuando se establezca en Frisco.
Sábado:
Ella sale a dar un paseo de esos “familiares” con su amiga
Mónica e hijos a Main Street, el centro de Frisco. El día es
caluroso, uno de esos días de verano brillantes y largos.
Allí deambula un hombre de cuyo tórax pende un letrero
que dice: “abrazos gratis”. Los críos de Ella no lo piensan,
corren de su sombra y se abalanzan para abrazar al sujeto:
–¡¡¡Mamá ven a abrazarlo, es gratis!!! –gritan eufóricos.
Ella va con algo de sigilo y otro tanto de recelo. El
hombre tiene un rostro cándido y en su sonrisa se asoma
Dios. Ella se abandona a ese abrazo, así el hombre huela
a Neandertal. Pero el abrazo la reconforta per secula-seculorum. Hay tactos que el lenguaje no alcanza, que la
voz no abarca, no describe. En las enormes bocinas de la
plaza se escucha a Nick Cave que entona Into my arms:

I don’t believe in an interventionist God
But I know, darling, that you do
But if I did I would kneel down and ask Him
Not to intervene when it came to you
Not to touch a hair on your head
To leave you as you are
And if He felt He had to direct you
Then direct you into my arms

Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms

And I don’t believe in the existence of angels
But looking at you I wonder if that’s true
But if I did I would summon them together
And ask them to watch over you
To each burn a candle for you
To make bright and clear your path
And to walk, like Christ, in grace and love
And guide you into my arms
And I believe in Love
And I know that you do too
And I believe in some kind of path
That we can walk down, me and you
So keep your candle burning
And make her journey bright and pure
That she will keep returning
Always and evermore

Domingo:
Esas Jotas se afanan en figurar en la trama de Ella.
Jotas indómitas e irreverentes. Resulta que el hombre del
avión tiene un nombre que inicia conJ., motivo suficien
-te para que Ella desconfie del posible encuentro. Aunque
en el fondo reconoce, al grado de aceptar, que esta nueva J tiene también un rostro besable. El maleficio de las Jotas. Ella y la abyección de las Jotas. La J nueva llama a
Ella y la invita con todo y críos a nadar a su piscina. Ofre
-ce incluso pasar por ellos. El hecho de que el numerito
sea “familiar” dota de confianza a Ella. Así que asiente.
Y se arropa toda del personaje “madre entregada a los
hijos por mis ojos ellos ven y por ellos yo mato y como del
muerto”, posicionada del papel un poco también como
para protegerse. En tierra de tanto loco nunca se sabe.
J no va a recogerlos pero envía a su conductor. La residen
-cia de J está a 30 millas de distancia. Carreteras somní
-feras. El conductor escasamente saluda. Abre las puertas
del carro y conduce. Ella dormita. Sus fantasmas han
hecho una tregua de paz y la invitan al sosiego. Cuando
llegan a casa de J. es él quien la despierta. Una vez insta
-lados en la alberca Ella se deleita con el paisaje. La pisci
-na, irregular en su forma, está construida sobre lajas de
piedras verdes y de cantera rosa. Tiene varios desniveles
y al final el agua cae en forma de cascada y se recicla. Ese
sonido del agua al caer está dotado de mansedumbre.
Coronan la mirada siete sauces llorones. J reparte para todos visores. Toma la mano de Ella yla guía a la parte honda. Cuánto preciosismo !válgame
Dios!. Cientos de cuarzos y piedras de colores incrus
-tadas en el fondo. Irregulares, discímiles, bellísimas
todas. Y allí se demora Ella en ese tributo a la mirada.
Un altar completo. Un poema a la vista. Ya no es la voz
entonces, es la vista, la mirada. La mirada es el comien
-zo en esta nueva trama. –Te miro para sentirme eterna–
piensa Ella sumergida en esas aguas mansas y cristali
-nas. Ella gravita. Cuando sale del agua busca las manos
de J, las toma, son ásperas. Prominentes. Se encuentran
los rostros. Despunta el misterio. J es hermoso, sus ojos
secretamente confitados. Ella intuye en él su presencia
cándida. Ojalá. –Esta J es sinestésica– medita Ella, hue
-le incluso a futuro.…Se incorporan los fantasmas del silencio, el duelo y
la demencia. Amar es estar en la penumbra. El presen
-te altamente inexorable. Sobrevivo, no existo. No siento
la vida. El impasse. Un punto muerto. Un limbo. La no
pasión. La renuncia. Los sentidos insomnes. El vacío. La
nada. Las espumas de la vida. Se aposenta la mirada. Las
voces, esos ecos del olvido. La mirada, el no lenguaje

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