El Estado de México es la entidad más grande del país y, por lógica, la más relevante en cualquier rubro: el mayor presupuesto, la Lista Nominal con más potenciales sufragantes, la “joya de la corona” en términos políticos. Y efectivamente lo es. Tenerla o perderla es grave y definitivo.
El próximo domingo el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se fundó con otro nombre en 1929, hace 94 años, perderá el gobierno ahí y quedará reducido en el país a ser un instituto político municipalista y con una limitada representación legislativa, local y federal.
Seguirá el tricolor gobernando Coahuila, pero gracias a que la alianza oficialista se deshebró con tal precisión, que delata un plan bien estructurado para conceder a los priistas al menos ese “triunfo”, en la tierra del coordinador de los diputados federales de ese partido y exgobernador, Rubén Ignacio Moreira Valdez.
Allá la derrota del sistema huele a pago de favores legislativos al tricolor. También el priismo gobierna Durango, que ganó en 2022, aunque como alianza.
El actual presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI, Rafael Alejandro Moreno Cárdenas, al que apodan Alito, ha perdido 11 gubernaturas desde su llegada a ese puesto en 2019.
Al arribar el campechano al viejo edificio de Insurgentes Norte, el Revolucionario gobernaba en Sonora, Sinaloa, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí, Hidalgo, Tlaxcala, Estado de México, Colima, Oaxaca y Campeche.
A partir del próximo domingo, sólo continuará al frente en Coahuila y Durango.
La frase popular de “no hay mal que dure 100 años” se ha cumplido a cabalidad, en lo que al PRI respecta.
Mi generación jamás pensó que el tricolor dejaría el poder. Incrédulos vimos la primera alternancia en la Presidencia en el año 2000, cuando Vicente Fox llegó a Los Pinos. Muchos presagiaron la extinción del priismo. No ocurrió.
El partido que fue una aplanadora, que ganaba todo y que acuñó aquel término del “carro completo”, incluso regresó a la Presidencia en 2012.
Hoy, a 11 años de aquella resucitación se ha quedado, como nunca, al borde real de la desaparición; pero tampoco ocurrirá.
El PRI ha pasado de ser un partido competitivo en todas las elecciones, a ser ahora únicamente un instituto que tiene posibilidades de enfrentar algunos comicios municipales y aspirar a ser minoría en los congresos locales y el Congreso de la Unión.
En la mirada al retrovisor de la historia es difícil imaginar que algo así le sucedería al instituto que fundó, con el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR), el 4 de marzo de 1929, Plutarco Elías Calles; que luego cambió su nombre en 1938 a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y que, finalmente, adoptó el de Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1946.
Hace poco cumplió el PRI 96 años. No llegó al centenario con buenas cifras ni con muchas posiciones.
Luego de perder el Estado de México, lo que inexorablemente ocurrirá el próximo domingo, se ve difícil su sobrevivencia.
Sin embargo, los adversarios electorales del tricolor no pueden pasar por alto la fuerza reminiscente que le queda en muchas municipalidades del país. No se puede dar por muerto al PRI.
El enorme escritor Augusto Monterroso Bonilla dejó una involuntaria lección política en su microcuento “El Dinosaurio”: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Ahí seguirá, a pesar de las elecciones del domingo.