Si la definición de la candidatura a la Presidencia de la República tuviera que tomarse hoy, sin dubitaciones, Andrés Manuel López Obrador nombraría a Claudia Sheinbaum Pardo como la abanderada de Morena para sucederlo y como portadora moral, real y efectiva, de su herencia ideológica y legado político. Así de claro.
El canciller Marcelo Luis Ebrad Casaubon no es el favorito, aunque tiene fuerza, mientras que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, es colero y no hay posibilidad ya de que levante.
La jefa de Gobierno de la Ciudad de México es, en la baraja de los aspirantes, la persona en la que más confía el tabasqueño y quien le ha demostrado, con pruebas contundentes, su inquebrantable lealtad, desde hace más de 18 años.
La gobernante de la capital del país representa, tal vez como nadie más, al lopezobradorismo, en su esencia, en sus claros y sus oscuros. Su piel y su corazón han estado con López Obrador a costa de todo y por encima de todo, casi como primer mandamiento político.
Hay que decir que Claudia se formó en la izquierda de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y fue una de las líderes del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), de 1986. Una estudiante brillante que después de la licenciatura en Física fue a Estados Unidos a hacer posgrados.
La izquierda le viene de casa, en donde sus padres son de la generación que creció en la formación ideológica el mayo de París, la primavera Praga o el otoño de Tlatelolco, en México, en la que participaron activamente Carlos Sheinbaum Yoselevitz y Annie Pardo Cemo.
Pero la devoción que Claudia ha profesado a Andrés Manuel, como líder social, político y guía personal, tuvo muchas pruebas. Tal vez la más sorprendente y severa, la vivió Claudia hace poco más de 18 años.
Fue un 4 de marzo del año 2004. Sheinbaum era la secretaria de Medio Ambiente del Gobierno del entonces Distrito Federal que encabezó el hoy Primer Mandatario.
Un día antes, el 3 de marzo de 2004, en Televisa había estallado el videoescándalo más grave contra el lopezobradorismo, al darse a conocer materiales audiovisuales en que su mano derecha y en ese momento presidente de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), el profesor René Juvenal Bejarano Martínez, recibía fajos de dinero del empresario Carlos Agustín Ahumada Kurtz.
El entonces perredista fue sorprendido en la emisión matutina del programa de Víctor Trujillo, caracterizado como “Brozo”, “El Mañanero”.
No hubo tiempo de nada. Bejarano fue sentado al banquillo de inmediato, al aire, al paralelo que proyectaron los videos.
El día había sido aciago, desgastante. Andrés Manuel, enfurecido por la revelación de la conducta de su más cercano colaborador, no había atinado a saber qué hacer.
Quienes vivieron esa crisis, aseguran que el tabasqueño no durmió.
Por la mañana, convocó a su gabinete y a sus colaboradores más cercanos. Arribó desencajado al salón del viejo Palacio del Ayuntamiento en que se realizó la reunión. No saludó.
Los miró a todos y a bocajarro preguntó con firmeza:
“¿Quién más recibió dinero?”
Un silencio denso, total, cubrió el salón -asegura un testigo de ese momento.
Desde uno de los lugares de en medio, en las primeras filas, apenas unos segundos después, se levantó Claudia Sheinbaum y ofreció una respuesta:
“Carlos”.
El esposo, entonces, de la hoy jefa de gobierno y su ex compañero en el CEU de la UNAM, Carlos Imaz Gispert, era el jefe delegacional en Tlalpan, bastión natural de la familia.
El 5 de marzo, adelantándose a la publicación de sus videos, en una entrevista con Carmen Aristegui él admitió: “también yo”.
Con los años el matrimonio Imaz-Sheinbaum terminó. Él aparentemente dejó la política y se dedicó a la academia.
Ella, si la decisión se tuviera que tomar hoy, sería la candidata de Morena a la Presidencia de la República.