La meta de Andrés Manuel López Obrador de obtener, junto con su movimiento, 66 por ciento de los votos en las elecciones de 2024 no solamente representa un reto de proporciones titánicas, sino también concretar un resultado que no se ha visto desde hace casi medio siglo en el país y que remite a los años esplendorosos de la hegemonía priista.
Es la cifra que el Presidente de la República dijo que necesita para asegurar la mayoría calificada legislativa que le permita, en el último mes de su mandato, entre el 1 y el 30 de septiembre de 2024, concretar las reformas constitucionales que le ha obstaculizado el bloque opositor en estos años.
Para darnos una idea clara de lo que pretende conseguir el tabasqueño, debemos remitirnos a 1982, cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) era una aplanadora en las urnas y el sistema priista controlaba, suele decirse de broma, hasta las mesas directivas de las escuelas.
En ese año, el entonces candidato a la Presidencia, Miguel de la Madrid Hurtado, y el PRI consiguieron 70.96 por ciento de los sufragios. Además, de acuerdo con las cifras oficiales, que bien podríamos hoy poner en duda, participó en las urnas 74.86 por ciento de los ciudadanos registrados para votar.
No se equivoca López Obrador al advertirle a sus partidos (Morena, PT y PVEM) que necesita ese 66 por ciento, para concretar sus reformas y dejar la llamada Cuarta Transformación (4T) como él sueña. Sólo así tendrá satisfacción personal y podrá ir con calma al retiro que ha anunciado que tendrá, aunque nadie cree en su aviso de jubilación.
Pero para que eso suceda, en principio el lopezobradorismo debe ir con candidatos de arrastre y altísima popularidad, quienes de verdad convocan masivamente a las urnas.
Con base en todos los estudios, se da por hecho que el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y sus aliados ganarán; pero eso ya no basta, ahora la misión es arrasar.
“Hay que votar no sólo por el candidato a presidente, hay que votar por los legisladores, por los candidatos a diputados y senadores, para que la transformación cuente con mayoría calificada.
“¿Qué es mayoría calificada? Es dos terceras partes, como 66 por ciento de los votos”, advirtió Andrés Manuel en su conferencia matutina en Palacio Nacional, el pasado 11 de mayo.
“Eso es lo que se va a resolver en el 2024. ¿Quieres que continúe la transformación o no? ¿Quieres que regresen los corruptos? Ya sabes por quién vas a votar —agregó con ironía— ¿Quieres que siga el clasismo, que te sigan humillando? ¡Ya sabes!”, sentenció el presidente.
Pero hay un problema en este anhelo de López Obrador: a pesar de su enorme popularidad, con aprobación en promedio por encima de 60 por ciento, y con la enorme base social que le representan las becas y las pensiones que en efectivo llegan cada mes a alrededor de 30 millones de personas, sus partidos y sus dirigentes han fallado. No garantizan triunfos de esa magnitud.
En la elección federal intermedia, Morena obtuvo apenas 34.10 por ciento de los votos, el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) 5.43 por ciento y el Partido del Trabajo (PT) 3.25 por ciento.
Justos sumaron 42.78 por ciento. Ni siquiera cerca del porcentaje de votos que López Obrador obtuvo en 2018, que fue de 53.19 por ciento, una cifra que aun así y aún con su popularidad arrasadora, está debajo de ese 66 por ciento al que aspira.
De ahí que en todas las posiciones, en todos los distritos federales y locales, en todos los municipios y los pueblos, el presidente y líder máximo de su movimiento requiera de candidatos de arrastre.
Candidatos y candidatas mediocres no le sirven.
Los tibios merecen ser vomitados.