Marielena logró liberarse de su novio militar y golpeadorgracias a las nada delicadas advertencias de papá. A partir de entonces fuimos vecinos cordiales. Tirar la basura o lavar el patio eran momentos para una charla casual entre vecinas, las típicas donde se habla del clima, la contaminación y uno que otro detalle banal de las vidas de cada una.
La Bruja del 71 tenía resquemores en contra de Marielena y en sí con cualquiera que mamá hiciera amistad. La brujavecina parecía que tenía oído biónico y ojos en la nuca. Cada que nuestra puerta se abría la veíamos espiando por la ventana, qué digo la veíamos, la podíamos sentirrespirándonos en el hombro hasta que llegábamos a la esquina y nos sentíamos libres de su yugo.
A Marielena le pasaba lo mismo: “tu tía nos estáviendo”, “tú tía nos está escuchando”, le decía a mamá y ambas se reían con cierto nerviosismo. Apuraban la conversación o platicaban a distancia usando de camuflaje la escoba, porque mamá sabía, estaba consciente que la vecinabruja le haría la ley del hielo por juntarse con una mujer de dudosa moral.
Lo mismo sucedía con la vecina del 40 a la que tampoco se le hablaba por ser la querida, la amante o la casa chica. B. era rubia y de ojos claros no así sus dos hijos varones cuyo parecido era total al de su padre: un señor moreno, rondando los cincuenta años, de lentes cuadrados y bigote tupido.
De acuerdo con La Bruja del 71, B. pasó de secretaria a segundo frente de “ un alguien” que le doblaba la edad. B. llegó al fraccionamiento embarazada de su primer hijo y dispuesta a los tiempos del señor a cambio de pequeñas dosis de amor y una vida cómoda.
Mamá que sabía lo que era tener un marido infiel, se puso el traje de vengadora anónima y con el fuego de su mirada la hacía arder en el infierno de un mundo alterno.
Varias veces vi llegar a Un Alguien en su Mercedes Benz tan negro como su traje y su conciencia. Los niños salían a recibirlo dando saltitos en la puerta, niños de la edad de mi hermana menor y de la mía. Apenas este hombre cruzaba la puerta, sus hijos le brincaban encima, él les correspondía con un regalo, alborotándoles el pelo o palmeando sus espaldas hacia la entrada del hogar donde su mujer lo esperaba con la comida.
Una tarde, el Mercedes llegó. Del coche bajaron la esposa y los hijos legítimos. Fue imposible no enterarnos. El corazón del sujeto divido entre dos familias dejó de funcionar así que, la viuda y sus vástagos, le exigían a B. el coche e incluso la casa.
El coche sí, la casa no, esa le pertenecía a la vecina por ley y nadie, ni la furia de todas las mujeres despechadas,podía quitársela. El siguiente escándalo fue cuando B. llegó en un Tsuru II rotulado como taxi y ofreció entre los vecinos su servicio como taxista de confianza.
Una vez que mamá la vio sin el glamour de su pelo alisado, con guantes de chofer y tres toneladas menos de petulancia terminó perdonándola.
En el 42, justo a un lado de B. vivía una pareja de profesores a la que bautizamos como La Casa de la Directora. Una familia de comercial de Coca–Cola, feliz ysonriente cuyo mayor pesar era despertar temprano los fines de semana para llevar a las hijas a las clases de tenis en el club.
El sueño de papá era que fuéramos igual que esas dos niñas: bonitas, espigadas y con pretendientes que llegaban a verlas en buenos coches o les llevaban serenata con mariachis, rosas rojas y gigantescos osos de peluche.
Por supuesto que terminaron casadas con buenos partidos que se las llevaron lejos a continuar con los comerciales de familias sonrientes y felices y tuvieron a lasReginas y los Rodris. Un final feliz.
Antes de ser la Bruja del 71, que en realidad era del 44, llamábamos a nuestra vecina por su nombre: Doña T.
(Continuará)