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domingo, mayo 18, 2025

A propósito de los maestros . . .

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Puedo contar con los dedos de la mano a los maestros que impactaron en mí para bien, los que atesoro en el rincón de la memoria joven e inquieta y los que continúan enseñándome en la mediana edad. A ellos les dedico esta columna, al resto de mis maestros que los apapache su abuelita en bicicleta.

  1. Celia Toibe Shoijet Weltman: maestra de Taller de Periodismo.

Su nombre es tan peculiar y pomposo como ella en sí misma. Oronda y más blanca que la leche, llegaba con bastón en mano a los pequeños salones de Posgrado donde quince o tal vez diez alumnos la esperábamos puntuales. Tampoco es que necesitara un aula para sesenta alumnos como cierto escritor y periodista mexicano que enloquecía a los alumnos de la clase de las siete con lecturas y anécdotas sobre Juan José Arreola.
A Shoijet esos estrellismos le quedaban guangos. Los primeros minutos de clase los dedicaba a preguntar sobre CETES, el PIB o el NASDAQ. Después, la noticia de primera plana, el análisis político y el debate.
Su carácter, implacable y honesto, lo adjudicó siempre a las heridas que le dejó lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial.
—¿Cómo se repone una persona a la que le han matado a toda su familia? —cuestionó a la compañera que se atrevió a decir que los judíos llevaban años lloriqueando su tragedia—. A mis tías les hicieron lanzar sus bebés al aire para dispararles como si fueran animales de caza, dime, ¿cómo lo superas?
—A mí me secuestraron a mi papá y a mi hermano, los mataron y yo sigo con mi vida porque tiene que ser así —respondió ella en medio de miradas incómodas.
No recuerdo en qué acabó la discusión, lo que sí es que la siguiente clase ambas se disculparon y la maestra celebró la determinación con la que mi compañera defendió su punto de vista.
De eso iba su clase: de libertad de expresión, debate, respeto a las ideas, argumentación y reconocimiento.
Alguna vez elogió una tarea que me valió litros de café y varias colillas de cigarro frente a la computadora. Un ejemplo de que se puede escribir de cualquier cosa y hacerlo estupendamente bien. Era una crónica sobre ir a hacer pipí a los baños de la Facultad y salir victoriosa de la travesía. Que leyera el texto completo frente a la clase o el diez al final del semestre valió mucho menos que el hacerla reír. Abrazos hasta el cielo.

2. Miss Paty: maestra de Español en segundo de secundaria.

Si le hubiera hecho caso a Miss Paty, sería Licenciada en Letras o Arte Dramático, más no Comunicóloga. Ella creía en mi talento para narrar historias o para imitar a otros maestros y artistas de moda.
Cuando le comenté que me cambiaría de escuela por motivos económicos, me dijo: Eres una chica creativa y talentosa, ve y patea traseros a donde quiera que vayas. Sonrió de oreja a oreja y golpeó el escritorio con tal determinación que sus pelos güeros se agitaron.
Décadas más tarde, sus clases motivaron las mías en el tiempo que fui maestra de Español. Miss Paty, usted tenía razón, enderecé el camino, estudié teatro y ahora soy escritora.

3. Miss Penny (Penélope Córdova): escritora y tallerista.

Penélope me enseñó a tejer las mejores historias. Me habló del revés, el punto alto y el punto enano de un texto. El día que dije que escribía por hobbie, tiró de ese hilo hasta deshacer aquella falsa creencia.
—No, Moni, tú escribes porque eres escritora. Que te dediques a otra cosa es diferente.
Ella me recordó a Miss Paty, a Shoijet. A la publicación de mi primer cuento por parte de Daniel Sibaja, joven escritor y maestro de Griego. A Iván Ventura, Don Palabras, gran amigo y actual maestro (de los meros buenos) en la UNAM. De todos ellos aprendí a usar a mi favor las historias que me rodean; todos me empujaron a explorar a conciencia la escritura, sin embargo, fue Penélope quien tomó mi mano y saltó conmigo al vacío. Sentirme acompañada jueves a jueves durante cinco años fue lo mejor que me pudo pasar como estudiante.
Gracias, siempre, queridísimos maestros, porque además de toda la sabiduría que existe en ustedes, continúan aprendiendo porque saben que esto no se acaba hasta que se acaba.

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