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jueves, noviembre 21, 2024

Un señor alto, rubio y de bigote (El tapado poblano fuma Raleigh)

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Todos los días leo en la prensa poblana sesudos análisis sobre los aspirantes a Casa Aguayo.

Todos los días los momios de las apuestas cambian de opinión.

Todos los días eligen a uno que reúne el perfil ganador, pero, 24 horas después, su apuesta ya es por otro.

¿Qué Dios mueve la mano del jugador?, se preguntaría Borges.

Tres manos:

La de las encuestas, la del operador del licenciado Fojaco o del licenciado Popocatl, y la de la corazonada.

Ya sabemos que las encuestas de los despachos nacionales que están metidas en la sucesión poblana les dan a sus clientes los números que quieren leer.

Nadie paga para recibir malas noticias.

Incluso entre los encuestadores cruzan datos para llegar como un poderoso coro griego.

La verdad es que al mentirle a uno terminan por mentirles a todos.

Es en ese momento que, víctima de la mentira inicial, el opinólogo saca sus conclusiones y cambia de ruta.

(En lugar de llegar al Atoyac se va a remar a la presa de Valsequillo).

El operador del aspirante es otro factor poderoso que influye en ese maremágnum.

Suelta como exclusiva una prenda —en el contexto de una comilona—, destaca alguna información mundana —“el presidente López Obrador ya lo recibió y le dijo que es el bueno”—, y le pide al columnista de ocasión “unas líneas generosas para nuestro amigo”.

El tercer factor es delirante.

Ante la ausencia de encuestas y de operador, el analista deduce que el licenciado Fojaco tiene más potencial que el licenciado Popocatl porque:

A)No canta mal las rancheras.

B)No es mal visto en Loma Bella.

C)Ya es hora de que le toque.

Las corazonadas normalmente fallan, y denotan falta de información.

Una corazonada, por ejemplo, llevó al ingeniero Cárdenas a trazar una ruta equívoca en su campaña de 1994, misma que lo mandó a un ignominioso tercer lugar después de haber ganado la Presidencia en 1988.

Adolfo Aguilar Zinser, quien fungía como operador de medios, le dijo —palabras más, palabras menos—:

“¿Así que hemos llegado hasta acá por tus corazonadas?

Faltaban unos días para las elecciones y el brillante Aguilar Zinser supo que ya no había nada que hacer.

Luego publicó un libro por el que algunos radicales lo acusaron de traidor: “¡Vamos a ganar!”.

Las corazonadas son como los llamados a misa, pero no aportan nada a la discusión.

Lejos de éstas, de las encuestas a modo y de las confesiones de los operadores, este proceso de sucesión se mantiene como al principio: no hay nada para nadie.

Hay dos aduanas por pasar: la elección del Estado de México y el destape del sucesor del presidente López Obrador.

Las aguas del Mar Muerto siguen con mareas bajas y un sueño muy profundo.

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