El gobernador Sergio Salomón (puro Doble S) tiene prisa.
En cinco meses y días que lleva despachando en Casa Aguayo ha tenido varios encuentros fructíferos con el presidente López Obrador y con su gabinete, lo que está generando inversiones de lo más interesantes.
Desde que llegó, está dominando la conversación por encima de los aspirantes a sucederlo.
Y cuando se habla de que para éstos no ha llegado la “pinche señal”, es cierto, quizás porque dicha señal está entretenida en la agenda del gobernador.
Puras buenas señales han caído en estos cinco meses y pico, pese a sus muy aldeanos odiadores.
(Uno de éstos no supera el síndrome Tlaxcala, donde hace un lustro apenas fue inaugurada la primera escalera eléctrica. Tan trascendental fue ese acto, tan histórico, que durante varias semanas sus coterráneos no dejaron de subir y bajar la dichosa escalera).
El anuncio que hizo este jueves el gobernador, junto con la rectora de la BUAP, Lilia Cedillo, es histórico de a deveras.
Una nueva Ciudad Universitaria siempre se agradecerá.
No tengo claro quién fue el último gobernador que apoyó de tal forma a la máxima casa de estudios.
Lo cierto es que desde 1968, fecha emblemática en el calendario universitario del país, no se han movido muchos dedos en favor de la universidad desde el centro del poder poblano.
Ayuda mucho la gran gestión de la rectora Lilia Cedillo y, por supuesto, la prisa que tiene el gobernador Sergio Salomón.
En ese tren en el que se ha subido cuenta incluso la gestión oportuna de las crisis.
Su capacidad de operar rápido ha salvado al estado de severos quebrantos económicos.
Aprendió rápido.
Faltaba más.
Todo eso ayuda en el dominio de la conversación, en la atracción de inversiones y en las ganas que tiene de ir rápido.
En la prisa que tiene, pues.
27 años de La Quinta Columna (Segunda parte). Entré a la poesía y al periodismo por la puerta de servicio.
A los dieciocho años sólo tenía una idea en la mente: quería ser poeta.
(Hoy sigo perseverando en este oficio todos los días).
Los tíos y las tías me criticaban.
Y lo mismo hacían con mi mamá.
Cómo es posible, le decían, que no estudie otra cosa.
Y sacaban su lista de las mejores profesiones.
(¿Va a vivir de las letras?, reclamaban llenos de reproches).
Mi padre me dijo que podría conseguir que entrara a trabajar a la Compañía de Luz y Fuerza.
Le dije no con la seguridad de quien le dice no a las drogas.
Iba a todos los talleres literarios que se me atravesaban.
Mis días corrían en la Facultad de Filosofía de Letras de la UNAM.
(En la nostálgica Ciudad Universitaria).
Mis lecturas iban de la poesía a la novela.
Mis amigos y yo—poetas todos— sólo hablábamos de poesía.
Las musas nos visitaban por las noches.
Nunca me asaltó la idea de estudiar administración de empresas, por ejemplo.
Me hice amigo de otros poetas de mayor edad.
Aprendí a la luz de su sabiduría.
Algunos nombres:
Don Carlos Illescas (adicto al Siglo de Oro español), Ernesto Mejía Sánchez (el mejor en la obra de Rubén Darío y Alfonso Reyes), Jorge Boccanera (amigo entrañable y maestro en poesía latinoamericana), Rogelio Carvajal Dávila (poeta educado en el simbolismo francés y en T.S. Eliot)…
Poco a poco fueron fluyendo los versos, la conversación, la vida literaria.
También las primeras publicaciones, el primer libro (publicado por Punto de Partida de la UNAM), la primera revista: El Oso Hormiguero, con Isabel Quiñónez, Sergio Negrete y Eduardo Langagne.
Y cuando todo iba hacia arriba —metido en la vida coyoacanense y en la escritura diaria—, regresé al origen: un pueblo en la sierra poblana llamado Huauchinango.
Fue ahí donde entré al periodismo por la puerta de servicio.
Y todo ocurrió en una modesta estación de radio de mil watts de potencia: XENG.
Hice un noticiero radiofónico basado exclusivamente en la información del diario La Jornada.
La nota local simplemente no existía.
De hecho: no sabía cómo hacerla.
Un día, César Musalem, gran sabio y político, me dijo que a la gente habría que ofrecerle información que la tocara.
A partir de ese día empecé a reportear, sin manual de periodismo en la mano, la nota diaria en la sierra.
Entre tumbos, y sin darme cuenta, fui escribiendo notas, crónicas y reportajes.
Un mundo que no existía se convirtió en mi segunda pasión junto con la poesía.
Cuando llegué a vivir y a trabajar a la ciudad de Puebla, el 19 de septiembre de 1991 —hace 32 años—, sólo traía una pluma bic y un bloc de notas.
Y algunos libros de poemas.
(Ni uno solo de periodismo).