Durante años he visto cosas brutales en el medio periodístico poblano.
Mentir es una tentación permanente en algunos periodistas.
Y qué decir de exagerar la nota o alimentarla de datos inexactos.
El quintacolumnista ha señalado en varios momentos a algunos de ser proclives a estas malas prácticas.
No les importa.
Y en aras de demostrar lo imposible, acuden a los basureros del periodismo.
Y se regodean en ellas.
¡Qué chulas fuentes!
¡Y qué grandotas!
Cómo olvidar al reportero que escribía desde su cuarto de hotel —en San Cristóbal de las Casas, Chiapas— crónicas imaginarias sobre la guerra —que después se volvió de papel— del subcomandante Marcos.
Agotado de tantas mentiras redactadas, tuvo a bien quedarse dormido a eso de la una de la tarde en aquellos primeros días de 1994.
No contaba con que a esa hora aproximadamente llegaría a la habitación su jefe: un hombre de origen suramericano con una gran fama periodística.
Al descubrir la siesta de su reportero, lo despertó y lo mandó de regreso a Puebla.
(Hoy, este personaje es un gris burócrata con sueños de gallo de oro que ya no le hace daño al periodismo).
O está aquella febril reportera que en aras de ganar una exclusiva inventó una entrevista en prisión con un ex boina verde ligado sentimentalmente a Luisa Acosta, hija del tristemente célebre general Mario Arturo Acosta Chaparro.
Sobra decir que una vez que quedó evidenciada por quien esto escribe —en los lejanos años noventa—, la trama del ex boina verde se evaporó en unos segundos.
O el locutor y lector de noticias que se siente de izquierda y que un día fue engañado al aire por un perredista que se hizo pasar por Rodolfo Echeverría Ruiz, a la sazón secretario general del CEN del PRI.
En su farsa, el modesto personaje despotricó en contra de otros priistas de primer nivel.
Lo peor es que, víctima de su notable ingenuidad, el locutor y lector de noticias creyó que estaba ante la exclusiva de su vida.
—¿Y quién mató a Colosio, don Rodolfo? —preguntó en pleno éxtasis.
—¡Los priistas! —aseveró el perredista.
Cuando la farsa quedó demostrada, el locutor y lector de noticias simplemente cambió de tema.
Qué belleza hay en lo ridículo.
Taxis de Papel. En los años sesenta los periódicos eran eternos.
Mi abuelo, que era historiador, abría su Excélsior a las diez de la mañana en su oficina de la Recaudación de Rentas de Huauchinango.
A eso de las once, lo dejaba un momento para atender algunas diligencias.
Lo volvía a abrir en su casa de Morelos 28 a las dos y cuarto de la tarde, en el comedor, enorme, que hacía una combinación delirante con la cocina.
Hacia las siete de la noche, ufff, por fin terminaba de leerlo.
¿Qué leía primero?
La sección editorial, en la que escribían, entre otros, José Muñoz Cota, Javier Barrios Sierra y Jesús Reyes Heroles. Luego pasaba a la sección internacional, donde leía que los vientos de la democracia corrían por la Unión Soviética, aunque esos vientos terminaban chocando contra los tanques rusos.
Era tan voluminoso ese Excélsior que los marchantes que dormían en el portal Juárez en espera del tianguis de los sábados lo utilizaban como cobija para cubrirse del frío de la sierra.
Los periódicos han cambiado mucho.
El papel ha quedado en desuso.
Ya nadie tarda horas en leerlos.
Tampoco hay quien los use de cobijas.
Las moscas, faltaba menos, ya no mueren a periodicazos.
Lo que no ha cambiado es la relación entre el lector y el periodista.
Hay plumas que el lector sigue a todos lados.
Hay otras prescindibles que no provocan ni lloviznas.
Hipócrita Lector tiene una apuesta desde el 10 de diciembre de 2021: la de generar contenidos inteligentes, frescos, creativos.
Buena parte de quienes aquí escribimos queremos contar historias.
Nos unen varias cosas: la pasión, las lecturas, los riesgos necesarios.
Y también, faltaba más, los innecesarios.
Gracias por acompañarnos en la gran aventura que este sábado cumplirá un año.
A bordo de este barco camaronero vamos tras la famosa ballena blanca de la que habla Melville.
Que Moby Dick nos redima.