“Le debemos un gallo a Esculapio” —últimas palabras de Sócrates antes de morir— tiene varias vertientes.
Dos cuando menos.
Una, la lógica, es que Critón, amigo y discípulo, tendría que ofrecerle un gallo a unos de los huéspedes más emblemáticos del panteón griego.
(Hay que recordar que Sócrates fue condenado a muerte debido a su escepticismo sobre dicho panteón).
Me quedo con la otra variante: la de deberle algo a alguien.
En este caso: un gallo.
Yo le debo varios gallos a Esculapio, he de confesar.
Le debo un gallo, por ejemplo, a mi amigo Miguel Barbosa Huerta.
Nuestra amistad transitó entre las aguas rápidas del desencuentro y las aguas termales de los felices encuentros.
Su generosidad hizo que me sentara —cuando yo era vomitado por su primer círculo— en sus distintas mesas.
Pienso en dos: en la que cenaba al final de la jornada en el restaurante del hotel Crowne Plaza, en la avenida hermanos Serdán, y en las diversas mesas de los restaurantes.
En la primera se pusieron a prueba varias cosas.
Sobre todo: la tolerancia para algunos comensales.
A don Miguel le divertía sentarme con Fernando Manzanilla —quien me detestaba profundamente— o con algún otro personaje que tampoco me quería.
¿Por qué le debo un gallo a don Miguel?, se preguntará el hipócrita lector.
Por los días que nos quedamos sin disfrutar de largas conversaciones sobre la historia de México, la vida y los viajes por carretera.
También le debo un gallo a Eukid Castañón, quien está por cumplir tres años en prisión.
Me hice amigo de Eukid hacia 2002.
En sus épocas de desesperanza, fuimos amigos.
Y lo seguimos siendo en épocas de bonanza.
Cuando era un exiliado en Puebla, nos íbamos a comer a La Estancia Argentina de la avenida Juárez.
Y ahí me iba enterando del éxito de su empresa.
Tras la caída del helicóptero en el que viajaban Martha Erika Alonso y Rafael Moreno Valle, sus grandes amigos, Eukid se descompuso.
Ya no volvió a ser el que era.
Algo en él se movió de lugar.
Siempre, inevitablemente, aparecía el recuerdo amargo del siniestro.
Vaya que le debo un gallo a Eukid.
(Tengo uno en el corral para cuando llegue la hora de dárselo).
A Héctor Sánchez Sánchez, expresidente del Tribunal Superior de Justicia, también le debo uno.
Con él compartí mesa y sobremesa al calor de buenas charlas y con la presencia de varios amigos mutuos.
El oficio del periodismo es amargo en ocasiones, sobre todo cuando en la mesa de los sacrificios se encuentra algún amigo.
Fue el caso de Héctor.
Hipócrita Lector llevó durante semanas varias tramas ligadas a él.
No era fácil abrir el periódico y encontrar historias que lo tocaran.
Y aunque en mi columna nunca lo agravié, el saludo frío que me dio la noche del 15 de septiembre de 2022, en Casa Aguayo, me dijo todo.
A los tres amigos mencionados en esta columna les debo un gallo, siempre en el sentido aparentemente enigmático que Sócrates le dio a la frase.
Un gallo como símbolo de ofrenda a la amistad, faltaba más.
El hipócrita lector sabrá traducir mis emociones.