He vivido varias sucesiones gubernamentales en la Puebla levítica: de Manuel Bartlett para acá.
En varios de esos momentos, he conversado con los protagonistas: con los que apostaron por un candidato, con los beneficiarios y con los que no llegaron.
(Estos últimos tienen historias más delirantes que los demás).
Mariano Piña Olaya se decantó por Manuel Bartlett, quien ya contaba con la venia presidencial de Carlos Salinas, y fue traicionado por el hoy director de la Comisión Federal de Electricidad en cuanto éste inició campaña.
(Una conversación callejera entre ambos (escuchada y narrada por el quintacolumnista) confirmó que Bartlett era el candidato).
Bartlett quiso, pero no pudo.
Echó a andar, primero, una maquinaria de apoyo en favor de José Luis Flores Hernández.
Luego, por así convenir a sus intereses, abortó el plan en demérito, entre otros, de Ignacio Mier Velazco, coordinador de campaña, quien ya había insultado de mil formas a Melquiades Morales Flores, a la sazón gobernador del estado.
(Don Melquiades nunca le perdonó a Mier la vulgaridad de sus insultos).
Morales Flores tuvo varios prospectos: Rafael Cañedo Benítez, Carlos Alberto Julián Nácer y Germán Sierra Sánchez.
El primero falleció en la mesa de operaciones.
El segundo, cuando buscó ser alcalde Puebla y perdió ante Luis Paredes Moctezuma.
El tercero, una vez que se quedó esperando la “pinche señal”.
En este caso hubo otro elemento: Mario Marín Torres y Rafael Moreno Valle Rosas se aliaron ante una eventual imposición.
Y de esos acuerdos Marín salió como candidato.
(Fernando Manzanilla Prieto narró esa historia muy ampliamente en un programa conducido por Enrique Núñez y Lety Torres. Ahí reveló que, incluso, quien esto escribe tuvo una participación periodística en la trama).
Marín empezó a formar a su candidato desde el día en que rindió protesta como gobernador, y luego —al estilo Bartlett— lo abandonó.
(Ese candidato era Javier López Zavala, quien hoy duerme en el penal de Tepexi).
Moreno Valle le ganó a Marín la sucesión desde el PAN.
No estuvo solo en esa aventura.
Lo acompañaron: Elba Esther Gordillo, a la sazón lideresa del SNTE, y Felipe Calderón, presidente de la República.
Rafael quiso trascender mediante dos personajes: José Antonio Gali y Martha Erika Alonso.
Al primero logró imponerlo como gobernador durante un lapso breve: 22 meses.
A su esposa, luego de unas elecciones que fueron calificadas de fraudulentas, la convirtió en gobernadora.
(Debido a un desafortunado siniestro, sólo duró diez días en el cargo).
Hasta aquí llegaron las sucesiones.
O los destapes.
Miguel Barbosa Huerta ganó la gubernatura yendo a dos batallas:
Una, frente al ejército morenovallista.
(Moreno Valle tenía toneladas de dinero, publirrelacionistas y magistrados en los bolsillos).
Y dos: frente a lo que quedó del PAN.
Quienes esperaban que el gobernador exhibiera sus propuestas para la candidatura de Morena al gobierno del estado, tendrán que esperar sentados en sus curules federales y locales.
Político profesional, conocedor de la historia mexicana —en particular de la época en la que Juárez gobernó con gigantes—, el gobernador tiene medido el pulso de la sucesión milímetro a milímetro.
Pero ésa es otra historia.
Y ya la vendremos contando en los siguientes días.