Unos señores con camisetas de los Gallos Blancos empiezan a ofender verbalmente a otros señores con camisetas del Atlas.
Se dicen cosas fuertes, ofensivas, cosas que hacen recordar qué tan poderoso puede ser el lenguaje.
La barrera se cruza cuando los primeros señores se van a los golpes contra los segundos señores.
No se dan golpes solamente, se pegan con una fuerza inaudita que nada tendría que ver con un deporte nacido el lunes 26 de octubre de 1863 en la calle Great Queen, en Londres, particularmente en una taberna llamada Freemason’s.
Unos señores, pues, golpean a otros señores originalmente por llevar camisetas de un equipo rival.
En esencia, los golpean por ser contrarios o por llevar colores distintos a los suyos.
Los golpean por ser de un equipo ajeno a su pasión.
Las escenas de terror empiezan a multiplicarse en el estadio La Corregidora, en Querétaro.
Gente corriendo de un lado a otro por distintos motivos.
Unos corriendo tras otros, o unos huyendo de otros.
Y en ese tránsito: unas señoras protegiendo a sus hijos de señores que han perdido la civilidad y todo aquello que tendría que prevalecer en un deporte inventado en una taberna.
(Imaginemos la escena: unos señores de traje y sombrero bebiendo con otros señores whiskies como Macallan o Johnnie Walker mientras definen las reglas del futbol, también llamado soccer).
Todo mundo corre en ese estadio llamado La Corregidora, en homenaje a doña Josefa Ortiz de Domínguez, quien tuvo dos características en la vida: tener un corazón débil —que la hizo enamorarse de otro señor que no era su marido— y formar parte de la galería de los independentistas mexicanos.
Corre, pues, la gente en el estadio.
Unos corren con unas varillas (que quién sabe de dónde sacaron, pero con las que golpean con particular espíritu scout en las cabezas de sus contrarios), y otros corren para salvar la vida.
El estadio es un infierno, y los jugadores de los Gallos Blancos y del Atlas prefieren retirarse a sus habitaciones.
Por la televisión —ya bañados, ya perfumados, ya vestidos— se enterarán de que hubo muertos y heridos entre las barras de ambos equipos.
A ese bonito coctel agréguele el hipócrita lector que entre los vándalos habían huachicoleros —encabezados por un personaje conocido como El Beto— e integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación, encabezados por un señor llamado El Chuco o El Chueco, que para efectos de esta crónica da exactamente lo mismo.
Como resultado de esta refriega brutal entre señores que antes de esto no se conocían, un señor apellidado Kuri —que dizque gobierna el estado, no el estadio— tiene que cancelar un viaje a España porque se vería mal que fuera a comer a Casa Lucio unos huevos rotos y a beber un tinto de La Rioja.
Y se vería mal porque su estado es noticia en todo el mundo, una vez que en pocos minutos hubo más víctimas que en Ucrania, que está en guerra contra otro huachicolero como el ya famoso Beto.
Por si fuera poco, corren versiones de que el gobernador del estado —no el estadio— es nada menos que el verdadero dueño de Los Gallos Blancos, que más que gallos parecen perros de pelea.
(Eso pasa siempre que los gobernadores le meten dinero a los equipos de futbol y a sus barras).
Al fin de la batalla, y muertos algunos combatientes, surgieron en las redes los sabiondos comentarios de los gritones de siempre —los Faitelson, los Joserramones, los Martinolis— haciendo parábolas morales con su ortografía de siempre.
Es lo que tenemos, ufff, en México.
Mientras tanto, en el teléfono del Fiscal… Otros señores, unos días antes, fueron grabados teniendo una bonita conversación telefónica acerca de situaciones jurídicas, proyectos de ministros, pendejas en prisión y otras lindezas.
Uno de esos señores le dice a su subordinado que por fortuna otro señor —el presidente de la Corte— ya le dijo que con uno o dos ministros inconformes el fallo del ministro —que le quiso ver la cara de pendejo— quedaría sin efecto.
La charla de los dos señores fue grabada por otro señor que tiene entre sus responsabilidades grabar conversaciones de los enemigos, por lo que queda claro que el señor al que un ministro le quiso ver la cara de pendejo ya no está muy en el ánimo de un quinto señor muy poderoso.