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lunes, noviembre 24, 2025

Retrato de suegro agonizante con yerno haciéndose una selfie

Retrato de suegro agonizante con yerno haciéndose una selfie

Hace cincuenta años murió el dictador Francisco Franco.

En la antesala de su muerte, su único yerno —quien le dio siete nietos— viste bata blanca y zapatos italianos.

Del bolsillo, saca una cámara fotográfica y dispara hacia la zona en la que se encuentra su suegro, moribundo, dueño de un solo testículo, enchufado a siete tubos por todas las partes imaginables del cuerpo.

El hombre que desapareció a 140 mil españoles, y que ejecutó a otros 50 mil, está agonizando.

El yerno —a quien apodan “El Yernísimo”— le toma seis o siete fotos para la posteridad a su suegro, quien ya tiene forma de cadáver.

No ha muerto aún, pero la tierra lo reclama.

(Antes de morir, dijo que quería ser enterrado en una fosa de 8 metros de profundidad. Cuando estaban cavando la tumba en El Valle de los Caídos, los enterradores detectaron a los cuatro metros un caño que conducía restos fecales. Hasta ahí llegaron las palas y los picos).

Todo le hizo implosión en unos cuantos meses: las úlceras, el hígado, el páncreas, los pulmones…

Para entonces, ya padecía flebitis, parkinson y males del corazón.

El Yernísimo se va del hospital de La Paz, en Madrid, donde el cadáver, ay, siguió muriendo.

(El verso es de Vallejo).

Al paso de los años, Jaime Peñafiel —un buitre dedicado al periodismo— publicó una de las fotos que capturó el yerno del dictador en la portada de la revista que dirigía.

Ahí se ven los desechos del Generalísimo, como le decían sus adictos, en una cruel agonía.

Los políticos, incluido el presidente Felipe González, del PSOE, se le fueron encima.

En un restaurante —Casa Lucio—, un militar que sirvió a la causa del también llamado Caudillo le escupió en la cara: “¡Peñafiel! ¡Es usted un verdadero hijo de puta!”.

La familia de Franco denunció al buitre.

También lo hizo, faltaba más, el Yernísimo (el hombre que tomó la foto).

La revista vendió un millón de ejemplares.

El morbo público fue revelador, y exhibió también a una sociedad que quería saciar sus cuajos, sus cogotes, la histórica sed de sangre.

La publicación se hizo hacia 1984.

El mundo no ha cambiado gran cosa.

Las redes sociales nos muestran todos los días imágenes similares a la de Franco agonizando.

Siempre hay un asesino que muere como sus víctimas.

Siempre hay un yerno que toma la foto.

Siempre hay un buitre que la publica.

Y peor aún: siempre hay miles (millones) de adictos al morbo que se solazan con el espectáculo.

Termino con unas líneas de la más reciente columna del escritor Pedro Ángel Palou publicada en Hipócrita Lector:

“La humanidad está podrida. No de maldad —eso sería demasiado interesante— sino de pendejez. Somos una plaga de idiotas hiperestimulados con dedos pulgares hipertrofiados de tanto darle “me gusta” a estupideces. Millones de años de evolución para terminar convertidos en monos con WiFi. ¡Ah, Darwin, viejo borracho del más allá, ven a ver tu obra: somos el eslabón perdido entre la lucidez y la idiotez perpetua! La neurona se extingue, el meme la reemplaza. En eso vamos”.

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