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jueves, febrero 20, 2025

Pendejos estafando a otros pendejos (la misma gata)

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¿Qué año era aquél?

1978.

Cómo olvidarlo.

Jacobo Zabludovski daba las noticias en televisión y convalidaba los fraudes electorales del PRI.

Chabelo ya era Chabelo y hacía programas infantiles, aunque odiaba a los niños.

(De noche, viajaba en una motocicleta —con su chamarra de cuero— perfectamente dopado).

Raúl Velasco cobraba payola en Siempre en Domingo y simulaba ser un ser luminoso, mágico y espiritual.

Un día, un amigo poeta me dijo que sus papás estaban participando en algo que se conocía como “Pirámides”, cosa que dejaba jugosas ganancias.

—Diles a tus papás —me sugirió.

Dos días después, un sábado soleado, llegamos juntos a un local ubicado en Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México, mismo que estaba saturado de políticos y “artistas” de Televisa.

Ahí andaban, además de gobernadores y senadores, Víctor Iturbe “El Pirulí”, Paco Stanley, Maribel Guardia, Fidel Herrera, Emilio Gamboa, Luis de Llano, Jacqueline Andere, Erik del Castillo, Raúl Velasco, Roberto Jordán, José-José, Ana Gabriel, Verónica Castro, Chabelo, Manlio Fabio Beltrones… ufff.

Todo México.

Las mesas en las que descansaban cartulinas con dibujos de pirámides estallaban en ovaciones cada vez que se llenaba una.

No lo sabía entonces, pero mis padres y yo habíamos llegado a un sitio donde la estafa —avalada por los “famosos” de la época— descansaba en el célebre esquema Ponzi, del que se benefició, con el tiempo, Bernie Madoff: un inversionista bursátil —nacido en Nueva York—, quien se hizo brutalmente rico a costillas de miles de… pendejos.

(No hay otro adjetivo).

El esquema Ponzi, hay que decirlo, es una forma de estafa piramidal que atrae a los inversores (pendejos ilusos y ambiciosos) y paga utilidades a los inversores anteriores (estafadores probados) con fondos de inversores más recientes (pendejos atraídos por la usura).

Invadidos por el júbilo de los “famosos” que iban ganando miles de pesos en instantes, mis padres y los papás de mi amigo poeta metieron sus pesitos entre aplausos de Maribel Guardia y compañía.

De pronto, ocurrió algo que no advertimos en su momento, pero que generó eso que sobreviene cuando a la puerta de nuestra casa arriba el caos: la soledad, la desesperanza, la muerte.

Los “famosos” tomaron sus ganancias y empezaron a esfumarse.

Y sólo quedamos, discúlpeme el hipócrita lector la insistencia, los pendejos ilusos y ambiciosos.

Ni un gobernador quedaba en el local de Paseo de la Reforma.

Las piernas de Maribel Guardia habían desaparecido junto con el júbilo de los beneficiarios.

Sólo quedó el silencio de los inocentes.

(Y de los pendejos).

A la media hora de que se vació el local, un joven, que parecía taquero, nos dijo que había que desalojar el área.

(Años después me pregunté al recordar la trama que aquí relato: ¿Quién alquiló el local de Paseo de la Reforma para que la estafa fuese redonda? No hubo respuesta).

Con nuestras “pirámides” en las manos, los pendejos que esperábamos a otros pendejos que jamás llegaron tuvimos que trasladarnos al departamento de un señor alto, rubio y de bigote.

Este buen hombre ofreció el lugar donde vivía para que el grupo de pendejos —que habíamos sido estafados— reorganizara el caos.

En ese departamento nos enteramos, la noche del lunes —en el noticiero de Jacobo—, que había surgido en la Ciudad de México una nueva forma de estafa: las “pirámides”.

(No dijo nada que entre los estafadores destacaban gobernadores, senadores, diputados y “artistas” y conductores de Televisa).

Para cerrar la nota, Jacobo dijo que la policía andaba tras la pista de los vivales, quienes, agregó con voz sonora, “se han refugiado en casas y departamentos”.

Todos nos miramos entre sí.

De un momento a otro habíamos pasado de “pendejos estafados” a “pendejos estafadores”.

La siguiente reunión la hicimos con luces apagadas y con velas encendidas.

Estábamos en la más absoluta clandestinidad.

De repente, nuestros murmullos eran interrumpidos por los toquidos en la puerta de algún pendejo que no había visto a Jacobo y que llevaba su dinerito para invertirlo.

Los familiares y los amigos de las víctimas dejaron de tomar las llamadas que los invitaban a ser estafados.

(Hubo gente que dejó de hablarse durante décadas).

Toda esta trama terminó bastante mal.

Nadie fue a la cárcel —sólo faltaba eso—, pero nadie recuperó su dinero.

De esto me acabo de acordar ahora que el presidente Javier Milei contribuyó a que miles de argentinos perdieran sus ahorros en unos cuantos minutos el sábado anterior.

Al enterarme, solté un suspiro y concluí que los pendejos no han pasado a mejor vida.

Y que siguen ahí, fieles y sumisos, esperando que alguien —algún día y en algún lugar— los estafe con el mismo cuento del esquema Ponzi, ése que hizo tan feliz a Bernie Madoff en su lujoso y enorme ático dúplex, frente al mismísimo Central Park de Nueva York.

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