Es imposible dejar de hablar de la sucesión presidencial y de la trama que se vive en Puebla en torno del relevo, en 2024, en Casa Aguayo.
Una y otra van de la mano.
La segunda será consecuencia de la primera.
Y ésta se halla viviendo su mejor momento.
Claudia Sheinbaum, arropada por los gobernadores de Morena, viaja todos los fines de semana para darle certeza a quienes han metido las manos al fuego por ella.
Marcelo Ebrard, en tanto, está en lo suyo: tratar de descarrilar un posible dedazo.
Y Adán Augusto López, jugando el papel de quien le dará legitimidad a la decisión presidencial.
Todo, sin embargo, sigue siendo un teatro de sombras.
Y es que será hasta que pase la elección del Estado de México cuando veamos señales más abiertas.
Después de esa contienda veremos lo que el periodista Raymundo Riva Palacio llama “la realidad de la sucesión”.
Todavía no hemos visto nada.
El periodista considera que Ebrard está forzando la “problematización del proceso” —la socialización del proceso— porque sabe que no tiene otra posibilidad.
Por eso Ebrard anda tan suelto.
Va y viene muy sonriente, desparpajado, poniendo nerviosos a los equiperos de Sheinbaum.
Pide piso pareja, reglas claras, debates entre los aspirantes.
Y más: propone que todos dejen sus cargos públicos.
Juega a que va en primer lugar en las encuestas, aunque el suyo es un amarradísimo segundo lugar.
Nada malo para ser el heterodoxo de este proceso.
Sin él de lado de Morena en la elección presidencial, las cosas podrían complicarse.
El problema es cómo tenerlo dentro del costal sin que sea el candidato del presidente.
Vuelvo a Riva Palacio:
“¿De qué tamaño es el segundo lugar?
“Y cuánto vale”.
Ebrard puede pedir en esa calidad todo lo que quiera: candidaturas para los suyos, posiciones para él, recursos, pasaportes al paraíso y un largo etcétera.
Pero si se va a la guerra a través de la oposición a López Obrador tendrá que asumir las consecuencias.
Como aliado, todo.
Como enemigo, también todo.
Y lodo.
Mucho lodo.
Hay que ver en el espejo de Ebrard la sucesión en Puebla.
¿Quién podría ser el segundo lugar en la trama poblana?
Quien sea, habrá de recurrir a ese juego heterodoxo del secretario de Relaciones Exteriores.
Si no lo hace, perderá las canonjías del segundo lugar.
No basta serlo.
Hay que parecerlo.
El ganador del afecto presidencial recibirá el paraíso.
No todo.
Una parte del paraíso.
Lo dice muy bien Gibrán Ramírez —jovencísimo y brillante analista político:
“El poder del presidente es tan enorme que no le va a dar todo ese poder a una persona. “Adán Augusto podría tener el control de parte de ese poder mediante la interlocución con los factores reales de poder”.
El ejército, por ejemplo.
Porque está claro que las fuerzas armadas también tienen corazón, buche, cogote y sesos.
Y en ese sentido, hoy más que nunca opinarán.
Gibrán considera, pues, que a AMLO le convendría más tener dividido ese poder.
Otra vez hay que ver el caso Puebla en este espejo.
Ni todo para uno, ni poco para los demás.
Entre más poder reparta el presidente, su poder continuará intocado.
Dividir es la consigna.
Por eso no hay que descartar a nadie.
Hasta el mínimo y dulce tercer o cuarto lugar tendrá colación y palo para pegarle a la piñata.
Termino.
Claudia Sheinbaum será la candidata presidencial por encima de todos.
Y salvo que la elección del Estado de México termine en derrota, este escenario no sufrirá cambios.
Los gobernadores, dice Riva Palacio, interpretan los deseos del presidente.
Y los deseos del presidente tienen que ver con las señales.
Las señales están más que claras en la puja presidencial.
¿Pero qué pasa en Puebla que no se alcanza a ver, todavía, la siempre ponderada pinche señal?