Tengo que confesar lo inconfesable:
Todos los días veo las transmisiones de Noroña.
(A veces también bajo a los basureros del periodismo para leer a los analfabetos funcionales que se sienten columnistas y llenan sus espacios de semen de ballena, por usar un eufemismo).
Lo de Noroña tiene su justificación: en sus videos encuentro el candor, la terquedad y la ignorancia —todo por el mismo precio— de un sector de la clase política mexicana.
Noroña es un caso para Freud.
Vea el hipócrita lector: se enoja mucho, regaña a su audiencia, vocifera, entra en depresión, y luego da un salto al vacío y jura que él será el sucesor del “compañero presidente”, como llama a López Obrador.
Su esquizofrenia lo ha llevado a decir que no hay nadie mejor que él para suceder al presidente.
Y en ese matiz cabe lo que dice de sí mismo: que es el único aspirante de izquierda, que es el único revolucionario, que es el único honesto, que es el único amado por el pueblo.
Se ha comparado en su delirio con el Che Guevara, con Benito Juárez y con el propio AMLO.
Pese a que las encuestas lo ubican en último lugar, dice que sus enemigos al interior de Morena lo detestan porque son racistas y clasistas, y él —oh, Chacha Micaila— viene del pueblo y solo a él le pertenece.
Lo he visto regañar a Emma, su mujer, fiel a la misoginia que se carga.
Y lo ha hecho públicamente.
Él no sabe que la humilla porque no hay macho que se asuma como tal.
Es de esos machos que ofende con su tonito de voz.
Todos los días le pega a Claudia Sheinbaum sin decir su nombre.
La llama “protegida”, “patrocinada”, “consentida”, y dice —otra vez sin mencionarla— que está gastando cantidades brutales de dinero en su campaña.
Muy girito con su mujer, muy cobarde con la Jefa de Gobierno.
“Voy a ganarle al Aparato (AMLO, Morena, Sheinbaum, gobernadores, senadores, diputados, alcaldes, periodistas, empresarios) porque soy el único que tiene la estatura moral del compañero presidente”.
En su más reciente emisión, Noroña, con lágrimas en los ojos, confesó que ama el arte popular mexicano, que ama su ciudad (la CDMX) y que ama su país:
“¡Qué chingona ciudad tenemos, qué país tan chingón, qué chingón es el pueblo de México!”.
Tres Doritos después vuelve a entrar en depresión y a quejarse de que el Aparato no lo quiere.
A Noroña le debo un curso rápido de la mentalidad paria de la clase política.
Y pensar que hay miles como él que quieren llegar al poder para cambiarlo.
(Y esos miles se sienten honestos, revolucionarios, congruentes, hijos del pueblo y demás hierbas).
Noroña también engaña a su audiencia hablando de los libros que ha leído, aunque suele confundir títulos y autores.
Es lector, eso sí, de solapas.
Y tiene a su gente haciéndole resúmenes de libros.
Con eso impresiona a los ingenuos que lo ven como un Dalai Lama que los sacará de su miseria moral.
(Y hasta le dan donativos a través de YouTube).
Gracias, Noroña, por mostrarnos que el mundo es una mierda, menos tú.
Gracias porque, en un mar de corruptos, eres nuestro Benito Juárez, nuestro Che, nuestro Flores Magón, nuestro Lorenzo Rafail.
Murió Chabelo, sí, pero nos quedan Noroña y Sergio Mayer para llenar ese vacío existencial que nos oprime el cogote y nos cercena el cuajo.
Salud por ellos.