Si uno no es un mal nacido, agradece los dones, da las gracias, dijo más o menos Octavio Paz al recibir el Nobel de Literatura.
Disculpe el hipócrita lector que esta última columna de 2021 sirva para agradecer el gran año que se va.
Empiezo con unas líneas que hace unas horas subí a las redes sociales:
“Apuntes para cerrar el año: publiqué una novela, armé un periódico, fui a una nueva guerra, mi padre derrotó al hijo del murciélago de Wuhan, a mis hijas les salieron alas, estoy escribiendo 2 novelas y un libro de poemas, mis buganvilias perseveran, una mujer me quita el sueño…”.
Cuando debí concentrarme en un solo proyecto grande, me metí en dos.
En febrero de este año, Nacho Juárez y yo renunciamos a ContraRéplica Puebla —la generosa casa que nos albergó desde principios de 2020.
¿El motivo?
La idea obsesiva de crear algo parecido a Hipócrita Lector.
(Hace varios meses imaginamos algo. Le llamamos: Casa Rosada. Iba a ser un semanario. Pero apareció el hijo de Batman —el murciélago de Wuhan— y todos nos pusimos a correr).
Mi querido Toño Grajales Farías nos pidió un tiempo: “quédense hasta las elecciones”.
Entendimos el razonamiento y así lo hicimos.
Fuimos a esa guerra cargados de pasión.
Nos metimos a fondo.
Enterramos a algunos, cargamos a otros, salvamos al soldado Ryan.
En esa trama exhibimos alianzas inconfesables, le pusimos reflectores a un depredador sexual y sobrevivimos la metralla chicharronera.
Fue una guerra diferente a las que me tocó enfrentar con Bartlett y con Marín.
Aquí hubo lodo solamente.
En aquéllas hubo esquirlas de granadas.
(Sobre todo en la guerra de guerrillas del segundo).
Cuando empezábamos a pensar en Hipócrita Lector (un periódico se sueña primero, luego se imagina, y al final se traza), surgió la posibilidad de publicar una novela que empecé a escribir en un delirio: Se dicen cosas horribles de ti.
Vino entonces la peor combinación posible.
Algo que jamás volveré a hacer.
Me explico:
No está mal reescribir una novela en el verano del descontento.
Lo malo es reescribirla al mismo tiempo que las sábanas estaban húmedas de tanto soñar con Hipócrita Lector.
Hacer las dos cosas al mismo tiempo —combinadas con comilongas, charlas de sobremesa, reporteo, coitos interminables, lecturas diurnas, escritura de poemas y novelas— es francamente una locura.
Y si a esa locura le añadimos —al final de la orgía— que a tu papá le da covid (a mi papá, pues), es técnicamente muerte por agua.
Jugar en una cancha es difícil.
(Pregúntenle al Zacatepec).
Jugar en dos, es complicado.
(Pregúntenle al Atlas de Magdaleno Mercado).
Jugar en tres, es imposible.
(Pregúntenle a la Alemania de Müller —Gerhard, no Betty).
Al final, las cosas tomaron su cauce natural.
Publiqué mi novela (es la segunda que escribo) y la presenté en el Museo Barroco (ante trescientas personas) y en el Complejo Cultural.
Hoy está a la venta en las más importantes librerías del Fondo de Cultura Económica-Educal del país.
Hipócrita Lector nació el 9 de diciembre en el octágono de la Casa Club de La Vista.
(Ciento treinta personas —el máximo permitido— llenaron el lugar).
Hoy se mueve con brutal soltura en todos lados.
Y mi padre, ufff, salió del covid gracias a la mano generosa e inteligente del doctor Alfredo Victoria.
A él, mi agradecimiento inaudito.
A mi sobrina Tania, mi cariño incondicional.
Después de todo esto soy un sobreviviente de mis propias guerras y no tengo más que agradecerle al hipócrita lector su lealtad en estos trances.
No te vayas, 2021.
Feliz navidad.
Nos leemos el 5 de enero.