Este martes se cumplen tres años de la toma de posesión de Martha Erika Alonso como gobernadora de Puebla.
Diez días después de rendir protesta, falleció junto con Rafael Moreno Valle, su esposo, al venirse abajo el helicóptero en el que viajaban a la Ciudad de México.
En mi novela de próxima aparición —Está Dicho que Nadie Debe Saber Nada—, capturé dos momentos claves de esa trama: la toma de posesión y el primer, y único discurso, que dio como gobernadora.
(Ciudad Judicial, Cholula, 14/12/2018)
En la antesala de la madrugada, varias camionetas Suburban negras llegaron a Ciudad Judicial.
Horas atrás —días, incluso—, el senador Moreno Valle le había pedido al gobernador José Antonio Gali que anunciara el incremento del pasaje del transporte público.
—No, Rafa, no lo voy a hacer. Entiéndeme.
—¡No te entiendo, chingada madre! ¡Ya sabía que me ibas a salir con esto!
—Créeme que lo siento mucho, pero no lo voy a hacer.
—¡Por mis huevos que lo haces!
En ese momento, en su oficina de Casa Puebla, el gobernador colgó el teléfono.
A través de distintas personas, el senador buscó doblar a Gali. Imposible. Éste ya había decidido no ceder por nada del mundo.
En ese contexto, con ese deshielo a cuestas, Moreno Valle acompañó a su esposa, Martha Erika Alonso, a su toma de posesión. Una caravana de Suburban negras llegaron a Ciudad Judicial casi en lontananza. Abajo, junto con Héctor Sánchez, presidente del Tribunal Superior de Justicia, los esperaba el gobernador. Junto a él también estaba Ernesto Echeguren, vocero del gobierno saliente.
La escena fue siberiana: un frío de hielo acompañó el ritual de los desdenes. El senador no saludó a nadie. O sí: al presidente del Tribunal le levantó la ceja izquierda. La gobernadora entrante soltó apenas un “buenas noches” que Echeguren no escuchó.
—Pinches moditos —murmuró para sí.
Entraron a la parte baja del edificio. Ahí estaban ya todos los magistrados. La luz era parca, semioscura. El senador seguía enojado por la negativa de Gali de incrementar el pasaje. A algunos de sus colaboradores les dijo incluso que eso no se quedaría así. Habrá venganza, juró. Y repitió una de sus frases emblemáticas: “Por las buenas, bueno. Por las malas, mejor”.
Martha Érika volvió a saludar a Héctor Sánchez. A Gali sólo le dio una mano fría. Había un silencio brutal. Moreno Valle cuchicheaba con su gente cosas del Senado, pero en realidad no le quitaba la vista a Gali. Echeguren tomaba nota mentalmente de la escena.
Fue un acto rápido, lejos, muy lejos, de una celebración de triunfo electoral. La gobernadora y el senador salieron como entraron, y abordaron las Suburban.
(Auditorio de la Reforma / 12/12/2018)
El senador Moreno Valle se despertó muy temprano en su casa de Las Fuentes.
Hizo caminadora, nadó un poco, tomó un jugo verde y un par de llamadas y se alistó para ir al primer encuentro público de la gobernadora Martha Érika Alonso.
—¿Ya hiciste el discurso? —le preguntó.
—Ya —respondió lacónica.
—¿Lo puedo leer?
—No, Rafael. No lo puedes leer.
Un poco contrariado, le preguntó por su gabinete, pero ella eludió el tema. Como lo había venido diciendo, su esposo no sería el gobernador. Y una primera forma de evitarle tentaciones era negándole datos. Toda clase de datos. Hasta los más elementales.
Ya en el Auditorio de la Reforma, el senador llegó a la zona VIP para checar detalles. Ahí recibió a Manuel Velasco, gobernador y senador de Chiapas. No dejó de platicar con él entre risotadas que evidenciaban una alegría inaudita.
—¿Cómo ves, hermanito, senador y cuasi gobernador de Puebla? ¿Quién como nosotros? (Risas).
—¿Sabes qué, hermanito? ¡Nos la pelan! (Risas).
Antonio Gali Fayad, que horas atrás había dejado de ser gobernador, no tenía invitación para el área VIP, por lo que llegó directamente a su butaca. Todos lo saludaban: empresarios, periodistas, edecanes. Desde su lugar veía los movimientos de Moreno Valle con una sonrisa irónica. Miraba y escribía WhatsApps. Miraba, sonreía y escribía. Miraba hasta el último detalle. “Este cabrón”, musitó cuando pasó a su lado sin saludarlo.
—Querido gobernador —le dijo a Manuel Velasco cuando pasó junto a él.
—¡Quiúbole Tony! —respondió.
Todos los abrazos se los llevó Moreno Valle hasta que entró la gobernadora. En ese momento, no hubo ojos para nadie más. Se veía tranquila, nada eufórica, incluso desmañanada. Y es que después del primer minuto de ese día había rendido protesta como gobernadora en el Tribunal Superior de Justicia.
Gali entrecerró los ojos para verla. Las cosas no iban nada bien para ellos. La frialdad era la nueva convidada en su mesa. Moreno Valle y él tuvieron discusiones agrias por teléfono los últimos días, cuando todavía como gobernador se negó a aumentar la tarifa del transporte público. El senador le gritó de todo. Gali le colgó el teléfono una y otra vez. Atrás, en el recuerdo lejano, dormitaba la gran amistad que los unió y que lo llevó a Casa Puebla.
No hubo palabras para él en el discurso de la gobernadora. No hubo saludos especiales. Los nuevos tiempos habían llegado y amenazaban temperaturas heladas. Gali se puso de pie para ver la caravana. Moreno Valle y Velasco pasaron a su lado. Una carcajada del senador poblano estalló casi en el rostro de su ex amigo.
“Este cabrón”, volvió a musitar Gali. “Este pendejo…”, escribió en su WhatsApp.