Miguel Barbosa en su primer informe, que es el tercero.
(Antes, en el pasado reciente, los gobernadores los rendían con modernos aparatos que mostraban las palabras exactas para aparentar que eran cultos e informados, y que tenían las cifras en la mente).
Frente a los diputados locales y público en general, el gobernador improvisa todo el tiempo pasando de un tema a otro, y citando cifras, números, circunstancias y hasta pies de página.
No hay titubeos, no hay audífonos.
Hay, sí, una memoria que cubre todo el informe de gobierno.
El gobernador Barbosa hace lo de todos los días: abordar los temas como si tuviera un apuntador.
Pero no lo tiene.
Y eso irrita brutalmente a sus críticos.
¿Qué les molesta a ellos?
Que, contra todos sus pronósticos, goce de cabal salud, ejemplificada en una gran memoria en la que cabe hasta un informe de gobierno.
Frente al exhibicionismo de los más recientes gobernadores, Miguel Barbosa ha guardado una mesura singular.
No grita.
Habla.
No lanza celulares.
Investiga.
No canta.
Reflexiona.
No es un “gobernador terrenal”.
Gobierna desde una discreción inédita en la Puebla del morenogalismo.
Su principal aportación a la 4T transita en varias carreteras.
Primera: el combate a la inseguridad.
Segunda: el tema del Covid.
Tercera: la embestida en contra de la corrupción.
El primer punto ha sido reconocido —como el segundo— por dos actores claves: la Federación y la Sedena.
Incluso, el presidente López Obrador se ha encargado de decirlo.
El tercer punto es más que evidente.
Quienes no tienen una carpeta de investigación abierta, viven debajo de la cama.
Y ahí no hay karaokes.
Otros, faltaba más, se encuentran prófugos.
Un manotazo en la mesa de la corrupción puso a correr a todos.
¿Dónde están sus enemigos?
Agazapados, y a la sombra.
Los ha puesto a hablar a hurtadillas.
Muchos fueron derrotados.
Y desde su calidad de parias, vociferan.
Ya no se oye su canto.
Se escuchan sus lamentos.
En su mensaje —coordinado como si tuviera el más moderno de los aparatos—, toca los temas que mueven a un gobierno.
Y lo hace con una exactitud que asombra.
Incluso sus enemigos terminan por reconocerlo.
Sólo ladran los perros.
Esos que aparecen en un cuento de Rulfo en El Llano en Llamas.
Ladran simplemente porque sí.
Porque ya no hay convenio que los alimente.
Porque las sardinas son escasas.
Ladrar es divino, se justifica uno parafraseando a Octavio Paz.
En estos años —de agosto de 2019 a diciembre de 2021— se acabaron, ufff, los privilegios.
Adiós al modelo de negocios.
La trama poblana quedó convertida en toda una novela.
Y ahí también hay villanos, críticos del facilísimo y portales manejados con maletas.
El gobernador, por cierto, habló en su informe de los derechos humanos.
Y capoteó a quienes usan éstos para justificar los malos hábitos.
Suenan los tambores del pasado reciente.
Los vendedores del silencio sólo ofertan ruido.
¿No oyes ladrar los perros?, preguntaría Rulfo.
Que el último en salir apague los focos.