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miércoles, abril 24, 2024

Una Crónica Delirante (vía el Joven Zeus)

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Hace unos días, mi querido Zeus Munive publicó en su emblemática revista —360 Grados— una crónica sobre mi novela Se Dicen Cosas Horribles de Ti y sobre una tarde de conversación, tamales y tequila.

El resultado es delirante.

Vea el hipócrita lector:

Esta historia inicia con cerveza y tamales. Hay de rajas, salsa verde y frijoles.

Es un jueves a las doce del día, un día antes, Mario Alberto Mejía había renunciado a la dirección del periódico Contrarréplica a nivel local y anunciado la creación de un nuevo diario en Puebla, Hipócrita Lector.

Se dicen cosas horribles de los periódicos. 

Estamos sentados en el comedor de su casa, mientras nos comemos unos ricos tamales que el jardinero ha calentado. Inicia la plática sobre lo que comemos: tamales. Los tamales que no solo son parte de la gastronomía mexicana sino hasta de los fraudes electorales y muy patrióticos como diría Manuel Bartlett en 1986 cuando el PAN “perdió” en Chihuahua y llamó a una reunión a los intelectuales mexicanos para explicarles que lo que ocurrió fue un “fraude patriótico”.

¿Se dicen cosas terribles de los tamales?, jamás, sería un despropósito. Lo que sí es que se dicen cosas horribles de don Manolo, feliz consumidor del carbón, el petróleo y de los combustibles fósiles.

El pretexto de la charla es el nuevo libro del poeta metido a periodista: Se dicen cosas horribles de ti, de Dorsia Editorial. 

—¿Qué tal tu tamal? —pregunta Mejía.

—Está buenísimo —respondo mientras le doy un buen sorbo a una Ultra.

El libro de Mejía inicia desde el punto de vista de un espectador llegando al aeropuerto de Guadalajara y desde ese ángulo retrata con la precisión de un cirujano a la élite intelectual de México: los krauze, los aguilar camín, los poniatowskos, hasta los yordis rosados y las gaby vargas, con sus Quiúbole con. 

Ahí reunidos todos los intelectuales orgánicos e inorgánicos (hay que separar bien lo que se recicla y lo que va para el relleno sanitario) a la sombra del cacique intelectual mexicano Raúl Padilla y su fiesta del chivo: la Feria Internacional del Libro, la FIL para los cuates, pues.

En el libro habla de unos personajes muy simpáticos que son los clones de estos (sus, nuestros) artistas favoritos. Son unos robots hechos en algún país escandinavo que son idénticos a los personajes y que son utilizados para que asistan a las presentaciones de libros, a los cortes de listones, a los debates intelectuales.

—A veces nos aburrimos de ser nosotros mismos —dice Mejía cuando explica la idea de por qué los plantea en su novela— ¿tú, nunca te has cansado de ser tú mismo?

—¡Puta madre! —respondo ipso facto— ¡muchas veces! A veces dan ganas de dejar a tu clon que haga todo y uno se quede en casa viendo la tele o de vacaciones.

El problema de los clones, y en eso coincidimos el poeta y yo, es que son más institucionales que Emilio Azcárraga “El Tigre” ante la imagen del binomio PRI-gobierno. Les encanta impostar la voz mientras conducen un noticiario radiofónico; disfrutan ser invitados a las reuniones con los gobernantes en turno y hasta quieren ser quienes hablen el día de la libertad de expresión para que el mandatario los vea con mirada aprobatoria.

Se dicen cosas horribles de la libertad de expresión.

Mientras platicamos de los tamales, su salida del grupo Radio Oro y de su novela, le marcan por teléfono.

—…

—Querido Toño (Grajales Farías).

—…

—Claro que sí, mi Toño. En la Ruta de los Vinos de La Paz.

—…

—El lunes nos vemos, querido Toño.

—…

—Te mando un abrazo.

Cuelgan.

—Era Toño —dice Mejía— vamos a comer el lunes.

La plática, por alguna extraña razón que de plano no recuerdo, se torna sobre los periodistas locales. No hay quien se salve. Algunos son bien tratados, otros de plano son mandados a ese lugar que nadie quiere estar: en nuestro diálogo.

Se dicen cosas horribles de los periodistas poblanos.

—¿Te acuerdas del joven Pandal (José Luis Pandal)? —pregunta Mario Alberto Mejía.

—Sí, fíjate que Manuel Frausto me hizo el favor de que nos rencontráramos. Qué mala onda que se murió. La verdad es que era un tipazo.

—Nunca entendí por qué no le caía bien. Cosa que nunca me importó —opina Mejía con el rictus típico del “me vale madres”.

—Supongo que por Fernando Canales.

—Pero que al final se terminó separando de Canales, ¿no?

—Es que si no estás con el Serrat poblano estás contra él. Y al final se ha quedado solo ahí hablando de cuando Joaquín Sabina lo conoció en alguna calle de Madrid. O cuando cantaba canciones de Cat Stevens.

—¿No ha cambiado nada?, verdad.

—Canales es igual que hace 26 años. Su mismo discurso de que no es panista ni priista ni perredista y qué hueva. Ya da hueva.

—Solo Juan Manuel Mecinas lo escucha.

—Y la izquierda buena ondita que más bien es como la derecha buena ondita, así como José Luis Escalera de Profética. Se dicen muy progres, pero son bien pinches burgueses. Se dicen de izquierda, pero no pagan o mal pagan. Todo en tono buena ondita.

Se dicen cosas horribles de Fernando Canales.

—Y por cierto ¿ya te llevas bien con Canales? —me pregunta Mejía.

—Yo sí, pero él conmigo no. Es muy rencoroso. Es como los Grajales, que no me perdonan que los demandé laboralmente en el noventa y ocho.

Se dicen cosas horribles de Zeus Munive.

Regresamos a hablar del libro Se dicen cosas horribles de ti.

Justo cuando se lleva a cabo la charla, a un mes de que se presentó el más reciente libro de Mario Alberto Mejía, Facebook cambió su nombre por Meta. Mark Zuckerberg, dueño de una de las empresas por internet más poderosas del mundo, anunció la creación de la realidad virtual, del mundo paralelo, de ese espacio que seremos otros, esconderemos nuestro verdadero “yo” para fingir más en este capitalismo salvaje en el que vivimos, en el que controlan nuestros deseos, manipulan nuestros gustos y somos un triste algoritmo.

—Me decía Mariana Mendivil que los clones serán como esa realidad virtual de Facebook. Porque nos colocaremos nuestros lentes, unos guantes y viviremos algo que no somos. Como Elena Poniatowska en mi novela.

—O Porfirio Muñoz Ledo.

—O Enrique Peña Nieto contestando un cuestionario para las revistas del corazón.

En un pasaje de la novela, la reportera cultural, que nunca falta en la provincia mexicana y que seguramente trabajó para el Cisen o para la extinta Dirección Federal de Seguridad y que se lleva con los chicos de la prensa porque les pasa los audios para que los transmitan en sus estaciones de radio, entrevistó al expresidente en la FIL.

—¿Principal rasgo de su carácter?

—Dadivoso.

—¿Su color favorito?

—Verde, blanco y colorado.

—¿Sus autores favoritos?

—Krauze, Gaby Vargas y Yordi Rosado.

“Quiúbole con Peña Nieto”, piensa el hipócrita lector de la novela.

Se dicen cosas horribles de Yordi Rosado.

Ya se acabaron los tamales y las cervezas. Son como las tres de la tarde y ahora Mario Alberto Mejía abre una botella de Don Julio Reposado. Trae unos limones partidos a la mitad y sal.

Se dicen cosas maravillosas del señor Don Julio.

—¿Para cuándo sacas el nuevo medio? —le pregunto.

—¡Yaaaaa! Ya lo quiero para fin de noviembre, principios de diciembre, pero ya.

A esta nueva aventura periodística se va con él, Ignacio Juárez Galindo, quien ha trabajado en varios diarios y revistas. De columnistas tendrá al gran Carlo Pini, quien fue jefe de información de El Universal Puebla y editor de la primera plana de Excélsior; Alejandra Gómez Macchia, directora de la Revista Dorsia, titular de una casa editorial y escritora; Mario Martell Contreras, a quien Mejía llamó el Monsiváis de por aquí cerquita.

Se dicen cosas horribles del hipócrita lector.

Se esperan muchas sorpresas del Hipócrita Lector.

Regresamos a hablar del libro.

—Veo que sí lo leíste, Munive —me dice el autor.

—Claro que lo leí. Me fascinó el retrato de Poniatowska.

—Es que una vez alguien me entrevistó, pero no leyó ni la contraportada.

—…

Mario Alberto Mejía le dio un giro al estilo de la crónica en Puebla, le puso sabor a lo descolorido.

—¿Qué fue lo que más te gustó? —me inquiere el poeta.

—Pues que al final es una manera de escupir y vomitar a la élite intelectual mexicana. Es una forma (así lo interpreto) de sacudirse ese mundo de poses, actitudes falsas, frases, situaciones que solo sirven para el vil mercadeo. Es una manera de sacudirse ese espacio que todos queremos, pero que nos da miedo ser esos personajes, porque podemos caer en ellos, por eso cada quien su clon.

—Cada quien su clon.

Así como dijera la Tacón Dorado en la película Cada quien su vida.

Mario Alberto Mejía inició en los años ochenta conduciendo un noticiario radiofónico en la Sierra Norte, ya había pasado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, aunque ya era antologado como uno de los jóvenes poetas del momento, renunció a todo ello y se fue a vivir a su natal Huauchinango.

En la década de los noventa le toca fundar con Fernando Alberto Crisanto, Fernando Canales y Marco Arturo Mendoza la estación de radio Sí FM, en el 98.7 del cuadrante. Era el productor de noticias y tenía un programa los jueves en la noche que se llamaba Intimidades Colectivas, que para la época era muy polémico. Una Puebla que aún vivía entre la visión conservadora y unos carolinos que se habían dejado llevar por los discos de José José y Los Pasteles Verdes.

Su vida periodística lo llevó a El Universal Puebla-Tlaxcala, que en ese momento dirigía Rodolfo Ruiz Rodríguez. Casi todos los buenos periodistas pasaron por la redacción de El Universal Puebla o por Cambio, sin demeritar a los demás medios de comunicación.

Ahí con Carlo Pini comenzó a escribir La Quintacolumna, la cual fue la causante de muchos odios hacia Mejía. Por ahí desfilaron políticos, empresarios, periodistas, hombres con sotana, policías, escritores, locutores, proxenetas, taqueros, chichifos, torteros, vaya, es que todos fueron embestidos por La Quintacolumna.

Le dio un giro al estilo de la crónica en Puebla, dejó de ser esa introducción farragosa y barroca propia de la región más transparente del aire.

Le puso sabor a lo descolorido.

Más tarde dirigió la revista Intolerancia y el diario con el mismo nombre. El destino del director surgió cuando se fue a encabezar Cambio con un grupo de reporteros y fotógrafos que eran mal vistos por Mario Marín. La historia siguió en varios diarios hasta que en cosa de unos cuantos días llegue el Hipócrita Lector.

El tequila se acabó y son casi las seis de la tarde. De pronto, como por arte de magia, aparecemos ambos en un restaurante de mariscos que está en la zona de Angelópolis.

“El último gran liberal fue Reyes Heroles”, digo en voz alta mientras recuerdo que, en el libro de Mejía, Krauze ha calificado a todos sus admirados como los últimos grandes liberales de México.

En ese momento, me tomo de un trago el caballito de tequila.

Nótese que para este momento ya estamos bien servidos, incróspidos, arácnidos, es decir, bien pedos.

Mario Alberto Mejía dice admirar a Reyes Heroles porque vestía zapatos Clarks a sugerencia de su hijo Federico.

Y sorbe de manera orgullosa su caballito de tequila.

Si algo caracteriza al poeta de Huauchinango son sus zapatos Clarks.

Se dicen cosas horribles de los Clarks.

Ahora, no sé por qué estamos hablando de Bob Dylan.

—Es el mejor, Munive —dice Mejía mientras le da un trago a su tequila.

—Sin duda, pero hay muy buenos, ahí está Van Morrison que sigue haciendo cosas muy chingonas.

—Pero es mejor Bob Dylan.

—Pero también Van Morrison.

—Pero es mejor Bob Dylan.

—…

Se dicen cosas horribles de Like a Rolling Stone 

Salto a otra conversación.

—Estoy viendo nuevamente Mad Men —dice Mejía, respecto a la serie en la que el protagonista Don Draper es como un personaje de su novela, porque se cansa de ser él para adquirir otra personalidad y quedar totalmente vacío por dentro tratando de llenar un espacio que está carente de todo.

—Ah, no mames —respondo.

—Es una gran serie, Munive.

Regresamos a hablar de algún periodista poblano.

En el libro Se dicen cosas horribles de ti, Fritz Glokner y Paco Ignacio Taibo II son los únicos personajes con carácter. Los demás son como protagonistas de la película de Luis Buñuel, El ángel exterminador, en la que los burgueses de la época encerrados en una mansión, de la cual no pueden salir, se van convirtiendo cada vez más en salvajes, mientras pasan los días en su cautiverio.

Quizá el peor cautiverio es el mental.

Leemos a las mujeres periodistas en la novela de Mario Alberto Mejía: Carmen Aristegui con Lydia Cacho. La primera le reclama a la segunda porque se hizo conocida y millonaria por el escándalo que vivió cuando la encarceló Mario Marín.

La ofendida le devuelve el golpe, pues le recuerda su relación personal con Emilio Zebadúa y que la información de la Casa Blanca fue una filtración de Marcelo Ebrard.

O vemos a un Aguilar Camín casi liándose a golpes con Jorge G. Castañeda, pues este le recordó su pasado salinista.

Vemos a los clones peleándose, a los verdaderos protagonistas y a un Raúl Padilla declarando a la reportera de cultura: “La FIL goza de cabal salud”.

Se dicen cosas horribles de los burgueses de bolsillo.

“A veces Enrique Krauze se aburre de Enrique Krauze”, cito una línea del libro de Mario Alberto Mejía.

Pero también a veces, uno se aburre siendo uno.

A veces, el periodismo poblano se aburre de ser periodismo poblano y se convierte en agencia de publicidad.

A veces, los políticos se aburren de ser políticos y por eso cada seis años vemos nuevos ismos (bartlismo, melquiadismo, marinismo, morenovallismo).

A veces, estamos tan hasta la madre que vamos a ir construyendo nuestros clones los cuales serán una mala copia de nosotros mismos, para poder descansar de nosotros mismos.

Se dicen cosas horribles de ti.

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