Últimamente en Puebla hay varios personajes que se ufanan de haber sido presos o perseguidos políticos.
Quieren meterse en las pieles de Mandela o José Revueltas sin tener sus tamaños.
Un preso político lo es por sus ideas, no por acciones que están lejos de ello.
Utilizar recursos públicos sin la autorización de una Junta de Gobierno, por ejemplo, y ejercerlos sin beneficiar a una institución, está muy lejos de ser un conflicto de ideas.
La única trama en un caso como ése es la corrupción.
Todo mundo le echa la culpa al gobernador Barbosa de haberlo perseguido políticamente.
Nada más lejos de la realidad.
Los casos conocidos se caen por sus propios delitos.
José Revueltas, notable escritor y activista, fue enviado a Lecumberri acusado por el gobierno de Díaz Ordaz de ser el autor intelectual del movimiento estudiantil que cimbró México en 1968.
No estuvo ahí porque haya desviado recursos públicos como alcalde o porque haya desaparecido, como un mago precoz, una cifra millonaria que marea.
Díaz Ordaz lo encerró por su marcada fobia anti intelectual y porque el autor de “Ensayo de un proletariado sin cabeza” le provocaba vértigos.
No conozco en Puebla a ningún preso o perseguido político.
Si usted se topa con uno, desconfíe y revise sus cuentas públicas.
Hallará cualquier cosa, menos lo que jura ser.
PAN y Ratas. El Partido Acción Nacional abandera en Puebla una lucha anticorrupción siendo un partido lleno de adictos a tomar lo ajeno.
Ejemplos hay, y muchos.
¿Con qué cara dura vociferarán durante las campañas que vienen si en sus filas hay notables ejemplos de lo que no se debe hacer en ese tema?
¿Habrá alguien que les crea?
¿En serio?
El martirologio no se le da a cualquiera.
Menos a aquéllos que desde sus cargos públicos han tomado como suyo lo que es de la hacienda pública.
La farsa está por iniciar.
Tic tac, tic tac, tic tac…