Las visitas de Javier López Zavala al niño que tuvo con Ceci Monzón nos dicen mucho de su papel como padre.
Vea el hipócrita lector:
A partir de su nacimiento, y durante su primer año de edad, lo vio una vez a la semana.
El tiempo de esas visitas iba de los 7 a los 15 minutos.
A veces le hacía videollamadas que duraban entre 3 y 5 minutos.
Al principio hablaba diario.
Poco a poco se fueron espaciando tanto éstas como las visitas.
Durante 2021, estuvo con su hijo 6 veces en todo el año.
Su visita más larga fue de 15 minutos.
En 2022 sólo lo visitó dos veces.
13 minutos duró el encuentro más prolongado.
En este lapso le hizo 2 videollamadas con una duración de entre 3 y 5 minutos.
Luego del asesinato de la abogada y activista, Javier le pidió a un auxiliar que le tomara una foto con su futura esposa —Lupita Mani— para que la gente supiera que estaba en una boda en Chignahuapan.
Quería que la movieran en las redes sociales.
La respuesta fue una:
“¿Cómo se te ocurre? Acaban de matar a Ceci”.
Cuentan quienes lo vieron en la boda que entre baile y baile y trago y trago se metía a ver en su celular las informaciones que circulaban en torno de la muerte de Ceci.
¿El asesino material y su sobrino se comunicaron con él para informarle de la misión cumplida?
Posiblemente.
Y en una de esas hasta buscaron verlo personalmente, pues la camioneta roja, en la que huyeron tras abandonar la moto en una casa de la colonia Universidades, reventó en Libres, población cercana a Chignahuapan.
83 kilómetros separan a una de la otra.
Una hora treinta minutos, pues.
Tras ser avisado de que la camioneta se había desbielado, Javier mandó por ella y la escondió.
Luego se enteraría que la Fiscalía aseguró el vehículo.
Ese mar de pequeños grandes errores confirmó la tesis de Murphy: lo que sale mal puede salir peor.
Trascendió también que en ese lapso, López Zavala fue citado a declarar a la Fiscalía en un asunto ligado a una denuncia en su contra por violencia familiar.
Nada que ver con el vulgar crimen.
Iba nervioso.
Y cómo no: sabía que podía ser aprehendido.
Llegó, pues, y declaró.
Y salió caminando.
Libre, por lo pronto.
Juran que resopló al subir a su vehículo.
En esa acción sacó todo el estrés acumulado.
Días después —una vez trazado el mapa delincuencial— fue detenido a unos pasos de donde despachó como Secretario de Desarrollo Social.
Ya sin poder ni influencias, varios agentes lo condujeron al infierno en el que vive hoy.