Hace mucho tiempo que no me asomo a ver cómo andan el PAN y el PRI en Puebla.

Y es que la vida de los señores y las señoras que andan en segunda división no suele ser interesante.

En el caso del futbol, por ejemplo, ¿a quién le puede interesar lo que ocurra en un partido entre el Zacatepec y el Irapuato?

A nadie.

Salvo a sus familiares.

Y eso, por obligación.

El PAN y el PRI dieron mucha carnita cuando ambos estuvieron en el poder.

Hoy, me temo, sólo dan pena ajena.

O lástima.

Alcancé a ver, por ejemplo, que ayer hubo elecciones en el PAN poblano.

(¡Qué emoción! ¿Quién habrá ganado?).

Gracias a los tuits de los interesados vi que ganó una señorita por no sé cuántos votos.

La duda me mata: ¿Qué estaba en juego?

Lo ignoro.

No me interesó investigar.

Lo que sí vi es que dos examigas (no mías) se pelearon en Twitter por la elección de ayer.

Una le dijo a la otra la palabra “amiga”, al tiempo que exhibía sus traiciones al partido (así le dicen al PAN todavía).

Con justa razón, la otra le contestó a la una con la palabra “examiga”.

Y es que si fuera su amiga no le andaría embarrando en la cara las traiciones del pasado reciente.

Una amiga no delata a la otra, pero en este caso no sólo lo hicieron, sino que se engolosinaron.

La examiga le dijo a la otra hasta de lo que se iba a morir.

Y la una le contestó en el mismo sentido.

De no ser por ese pleito público (como los que antes eran muy habituales en las vecindades), yo no me hubiese enterado de que ayer, qué emoción, hubo elecciones en el PAN poblano.

En el PRI las cosas andan por los mismos rumbos perdidos.

Por las mismas rutas que ya nadie transita.

Por los mismos estadios de futbol donde juega el Zacatepec contra el Irapuato.

En esos torneos de bostezos me da pena ajena meterme.

Prefiero enterarme de sus elecciones internas por los pleitos entre las examigas que algún día —antes de que se sacaran toda su ropa sucia— fueron felices amigas de karaoke y cafecito por la tarde.