El periodismo es como la fiesta brava: a nadie se le ocurre cortarle los cuernos al toro para que los derechos humanos del torero queden a salvo.
El toro embiste.
Es su tarea.
El torero lo enfrenta, primero.
Después le tirará a matar.
El poder —cualquier poder— ve al periodismo como parte de intereses económicos y políticos.
¿De quién es la culpa?
De todos los actores de esta trama.
En consecuencia —cada quien a su manera—, habrá quien embista, quien enfrente y quien, metafóricamente hablando, tire a matar.
La trama Loret evidenció muchas cosas.
Dejo aquí primero unos apuntes rápidos:
El presidente López Obrador se excedió al hacer públicos los ingresos del periodista y al anunciar que pedirá —a través del intrascendente e improductivo Instituto Nacional de Acceso a la Información— que el SAT y Hacienda verifiquen si Carlos Loret de Mola pagó impuestos por los 35 millones de pesos que supuestamente ganó en 2021.
(Sin quererlo, le dio al exconductor de noticias de Televisa un protagonismo que terminó, por momentos, en convertirlo en mártir).
La reacción no se dejó esperar.
En Twitter se creó el hashtag #TodosSomosLoret.
Ni en las mejores épocas de Carmen Aristegui se suscitó tanto escándalo, tanta solidaridad.
El problema empezó cuando algunas de las figuras nacionales más impresentables se pusieron el moño de #TodosSomosLoret.
Y lo que iba bien, terminó en el descrédito.
Margarita Zavala se sintió Rosa Luxemburgo —el Águila de la Revolución—, y defendió a Loret y a Aristegui, a quien su marido hostigó abiertamente durante su sexenio.
¿Y qué decir precisamente de Felipe Calderón?
También se puso el moño.
Y lo mismo hicieron otras finísimas personas: Vicente Fox, Javier Lozano, Lily Téllez, Enrique Krauze, Claudio X. González, Brozo, Carlos Alazraki, Chumel Torres, Pablo Hiriart…
Ufff.
Eso evidenció algo: que detrás de esta trama estaba lo de siempre: la lucha por el poder.
Ya no sonó extraño que tantos y tan variados impresentables se hubieran puesto el moño.
Que no se nos olvide que detrás del reportaje de Loret estuvo Claudio X. González, dueño de Mexicanos Contra la Corrupción.
Si esto no nos dice algo, nada nos dirá nada.
Públicamente, y en el propio espacio de Loret, el empresario confesó que va con todo en 2024 para quitarle a Morena y a AMLO la Presidencia de la República.
Ante este escenario, quien esto escribe no tiene más que parafrasear a Oscar Wilde: todo tiene que ver con Loret menos Loret.
Loret tiene que ver con el poder.
A todos nos quedó claro que la furibunda reacción del presidente tenía que ver con el reportaje de Loret sobre la casa gris de Houston en la que vivió una temporada el hijo mayor del presidente junto con su familia.
Hay que decir que el multicitado periodista ni siquiera hizo tal reportaje.
Fueron reporteros de Mexicanos contra la Corrupción y de Latinus los que lo hicieron.
Monserrat sin t, experta en migración e influyente tuitera, escribió hace unas horas:
“Los periodistas militantes no reconocen a Loret como un igual porque él tiene a un equipo de reporteros (como Aristegui, por cierto), y no se ensucia las manos en el día a día al reportear como sus reporteros. Pero eso no quiere decir que el trabajo que hace su equipo no valga”.
(Eso nadie lo ha dicho).
No está mal que el periodismo y el poder se den de capotazos.
No está mal que se embistan, que se enfrenten, pero siempre bajo las reglas de la civilidad.
(Lo ideal sería que lo hicieran sin el concurso de las mafias que invariablemente están detrás de algunos medios).
Llegar a los extremos es peligroso para ambos.
Dos ideas finales:
Cuando la policía francesa detuvo al gran filósofo y escritor Jean Paul Sartre por repartir un periódico clandestino, el presidente Charles de Gaulle dijo algo que no debemos olvidar: “En Francia no se mete a la cárcel a Voltaire”.
Leyendo “Todavía estoy vivo”, de Roberto Saviano —con dibujos de Asaf Hanuka—, subrayé algo que me recuerda la trama que estamos viendo durante la farsa cómico-musical #TodosSomosLoret: “las mafias son dictaduras dentro de las democracias”.
Yo, por lo pronto, no tengo opiniones ni certezas.
Sólo cerezas.
Y a veces uvas.