Los perdedores de una contienda se dan cuenta de la realidad cuando al día siguiente del desastre sobreviene el abandono.
Los aliados se alejan, el WhatsApp deja de sonar, las llamadas escasean.
¿Qué ocurrió?, se preguntan.
Todos tienen respuestas vagas.
Los mapaches de Rodrigo Abdala, por ejemplo —todos con cargos federales y salarios provenientes del erario—, no actuaron como lo estaba haciendo gracias, en parte, a que Hipócrita Lector les ató las manos al exhibirlos mediante audios y algunos documentos.
Su pequeñez de espíritu —alimentada por Abdala desde siempre— los llevó a amenazar a los beneficiarios de los programas sociales con quitarles las becas de Bienestar.
Cuando su lucro electoral fue exhibido, se asustaron y sacaron las manos.
Las decenas de consejerías que pensaban ganar quedaron reducidas a unas cuantas.
Hoy, igual que sus aliados, no dejan de preguntar si alguien anotó las placas del tráiler que los arrolló.
“Amor con amor se paga”, jura una diputada local que participó de las alianzas entre Nacho Mier, Abdala y Claudia Rivera.
Pero lo dice en un tono dolido inevitable.
Señala de “sucios” a los adversarios, cuando el cochinero siempre estuvo de su lado.
Estos personajes buscan administrar las 34 consejerías de 150 que lograron ganar con muy escasos votos.
No saben que de las 34 que tenían, sus consejerías cada vez son menos.
No hay nada como el triunfo, es cierto.
No hay nada peor que la derrota.
Como otros adversarios del gobernador Barbosa, nuestros personajes andan como guajolotes descabezados: corriendo hacia ninguna parte.
Escenas de una elección. El “gran” David (Méndez) llegó a votar sintiéndose imponente.
Metió su voto, sonrió para su esposa, y respiró profundo.
Quienes lo vieron, pensaron: “Ahí va quien perdió la Secretaría de Gobernación y la Delegación del Instituto Nacional de Migración en un volado. ¿Ganará o perderá en esta elección?”.
El resultado fue vergonzoso.
El “gran” David no ha tuiteado desde entonces.
(En realidad otra vez se hizo pequeño).
Lo mismo le pasó a su mamá, Rosa Márquez, que fue arrollada en las urnas.
Ya será para la otra.
Quien sigue furioso es Jorge Méndez Espíndola, su padre.
Sigue echando espuma por la boca.
Los tres años. Miguel Barbosa Huerta vivió este lunes la plenitud de los tres años.
Los viejos políticos dicen que es entre el tercer y el cuarto año de gobierno cuando lo mejor del poder se ve reflejado.
Y ya se ve que sí.
Sus aliados —y sus nuevos, numerosos, nuevos aliados— han dado pruebas firmes de lealtad.
Sus adversarios se han achaparrado.
Tiene todas las áreas del gobierno en la cabeza.
Sabe lo que pasa en cada una de éstas.
Su constante buen humor es la prueba de que las cosas marchan como deben.
La gran ventaja es una: no aspira a nada más después de su mandato.
¿Cuál fue el problema de quienes lo antecedieron en la gubernatura?
La ambición de crear un poder transexenal.
Al no estar esa enfermedad en su agenda, la capacidad de mando no se ve contaminada.
Quienes lo antecedieron sufrieron las consecuencias de esa enfermedad degenerativa y mortal.
Hace tres años llegó con mucho en contra.
Y para colmo, sobrevino la pandemia que paralizó el mundo.
Lejos de entrar en pánico, metió en orden su gobierno, cortó cabezas indeseables, depuró la nómina, generó un gobierno austero, inició obras públicas en todo el estado, llenó las cárceles de corruptos, malosos e infractores, acabó con privilegios carcelarios, inició una guerra contra la inseguridad, y se dio tiempo para hacer política.
Mucha política.
Por eso este lunes se vio como dicen los clásicos que se ven los hombres de poder en su tercer año.
Se dice fácil.
No lo ha sido.
Una entrevista. Este martes —cuando esta columna empiece a circular en las redes— entrevistaré al gobernador Barbosa a través de la estación radiofónica más antigua de Puebla: La HR, integrante de Cinco Radio, cuya dueña y presidenta es la señora Coral Cañedo, a quien le agradezco la infinita generosidad de transmitir por sus ondas hertzianas.