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jueves, noviembre 21, 2024

La sucesión poblana (usos y abusos)

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Cuando llegó la hora de pensar en su propia sucesión, Manuel Bartlett estaba tejiendo dos bufandas: la de su club de gobernadores —apoyando a Roberto Madrazo frente a López Obrador en Tabasco— y la de su tránsito en la política nacional a través de una eventual candidatura a lo que fuera.

Sabía que el presidente Zedillo no lo quería, por lo que jamás sería el candidato del PRI a Los Pinos.

En consecuencia, buscó en lo público esa opción para ganar en lo privado un escaño en el Senado.

(Los politólogos que hablan como Hugo Sánchez o Paulina Rubio han abusado de la denominación “Plan B” para calificar todo lo que no entienden. Está bien. Convengamos que éste era el Plan B de Bartlett).

Como gobernador, el hoy titular de la Comisión Federal de Electricidad detestaba a los políticos locales.

Los llamaba “aldeanos”, como si él fuera cosmopolita.

(Si hubiese sido esto último, habría sido presidente de México y no un político desechable como lo fue para el presidente Salinas).

Entre éstos ubicaba al senador Melquiades Morales.

“Él y sus dos mil compadres no van a ganar la candidatura a Casa Puebla”, se jactaba.

Fue entonces cuando volteó a ver a uno de esos personajes que hoy detesta desde la 4T: un tecnócrata.

¿Su nombre?

José Luis Flores Hernández.

Para que coordinará su fracaso puso al desde entonces prescindible Ignacio Mier.

Como buen actor de sus emociones, primero los engañó diciéndoles que él llegaría hasta el final con ellos, y después los abandonó a su suerte.

¿Por qué lo hizo?

Porque sus negociaciones personales rindieron frutos y ya no era necesario presionar con sus empleados.

Así los veía él, y así los trató.

Después de las lágrimas naturales de quienes habían sido abandonados —después, también, de su derecho al pataleo—, Bartlett los llevó a su regazo, los consoló tres minutos y los volvió a tirar.

Una vez en el Senado, de pronto los llamaba para que fueran por las cocas.

Don Melquiades disfrutó la gubernatura brutalmente, pero empezó a sufrirla cuando llegó el momento de definir su sucesión.

Mario Marín lo rebasó por la izquierda, hizo alianzas con sus cercanos y le ganó la puja.

Desde el minuto uno, el hoy huésped de la cárcel de Cancún supo que su sucesor sería Zavala, hoy huésped del penal de Almoloya.

Primero lo puso en Gobernación.

(Para que repartiera dones y condones).

Luego lo llevó a Desarrollo Social.

(Para que repartiera dinero y comprara voluntades).

Finalmente lo volvió candidato.

Demasiado tarde.

Como él lo hizo con don Melquiades, Rafael Moreno Valle lo rebasó… por la derecha.

Y desde un partido desechable —el PAN—, le ganó la gubernatura.

Moreno Valle fue construyendo a sus candidatos poco a poco.

A uno lo hizo secretario de Infraestructura.

Luego, alcalde de Puebla.

Finalmente, candidato de un año y fracción.

Su nombre: José Antonio Gali Fayad.

(A su verdadera candidata —Martha Érika Alonso, su esposa— la preparó para un gobierno de seis años).

A sus cercanos, en tanto, les dio puestos, dinero y poder.

Faltaba menos.

Mañana compartiré con el hipócrita lector qué es lo que está pasando en el entorno del gobernador Miguel Barbosa acerca de su propia sucesión.

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