El proceso interno de Morena en Puebla transita por dos corredores.
Es decir: por dos vías.
Es decir: por dos escenarios: Coahuila y el Estado de México.
En el segundo, pese a los riesgos de ruptura encarnados en el senador Higinio Martínez, las cosas se arreglaron y no hubo ni conspiraciones ni manos caídas, ni divorcios dolorosos.
Todos se mantuvieron unidos a la causa presidencial en la persona de la profesora Delfina Gómez, a quien, este lunes, una académica rabiosa y clasista —Denise Dresser—denominó “maloliente” en un tuit que la perseguirá toda la vida.
Higinio Martínez se sentía con más derecho que su pupila para ser candidato a la gubernatura.
Él la formó, la fue llevando y la soltó, a su pesar.
Una vez suelta, doña Delfina —hija de un albañil y una costurera— pasó a ser una de las consentidas del presidente López Obrador.
(Una imagen lo dice todo: antes de hablar en un reciente acto masivo —realizado en el zócalo de la Ciudad de México—, el presidente se le acercó, le tomó la cara y le dio un gran beso en la cabellera).
El senador Higinio Martínez dejó pasar desde su liderazgo en Texcoco que ella fuese la candidata hace seis años.
No protestó.
Guardó silencio.
No dijo nada.
Pero en esta ocasión, antes del proceso interno, se inconformó cuando vio venir la decisión.
Y la trama creció tanto que le ofrecieron la Presidencia de la Mesa Directiva del Senado, misma que le fue arrebatada —literalmente— por Alejandro Armenta Mier.
Enojado, don Higinio se sumó a doña Delfina con el cuajo descuadrado.
Su corazón texcocano le decía que la apoyara.
(Su bilis amarilla se oponía).
Y algo que no conocemos terminó por convencerlo.
No hubo, pues, ruptura en el Estado de México.
Y eso ayudó a lo que vimos el domingo: una victoria sencilla, justa, eterna…
En Coahuila, en tanto, se dio desde el principio una guerra de egos.
Un aspirante sin sombrero —Ricardo Mejía— se molestó porque un aspirante con sombrero —el senador Guadiana— le ganó la encuesta de Morena y se quedó con la candidatura a la gubernatura.
Y un partido verde marihuana puso el comal en la hoguera, y nominó a un tercero al que después abandonó.
La estrepitosa derrota morenista se debió a la falta de unidad, la ausencia de acuerdos y otras lindezas que se comentan en los comederos políticos.
Regreso a Puebla, vía Estrella Roja.
En los dos casos, el segundo lugar fue el inconforme.
Uno de ellos sí quiso negociar.
Uno de ellos se resistió a todo.
(Incluso soportó como un San Sebastián mártir las flechas lanzadas desde Palacio Nacional).
En un caso hubo sensatez y comunión.
En el otro: pura bilis y cuajo descuadrado.
En uno de esos dos espejos habrá de verse Morena en Puebla.
Hay desde ya dos aspirantes enojados entre sí.
Uno odia al otro, y viceversa.
(Y los otros aspirantes —incluidas las mujeres— también guardan su frasquito de bilis para lo que se ofrezca).
De la vesícula biliar de todos dependerá el escenario que veremos.
Si hay ruptura, el fantasma de Coahuila —con todo y sombrero de Guadiana— se paseará en la elección de 2024.
Si hay acuerdos, la jornada será robusta como un buey: limpia y redonda como un techo.
La moraleja de estas lecciones es sencilla:
En un proceso interno civilizado (de un partido que aspira a serlo), quien es vencido acepta su derrota.
Los problemas empiezan cuando uno de los aspirantes no la acepta.
En una de estas dos aguas se moverá el proceso interior de Morena y, en consecuencia, la elección de 2024.
Y hay dos sopas:
La derrota brutal o la ronda infantil boliviana que cantó, con excelente humor, el presidente López Obrador en la Mañanera de este lunes:
“Muy buen día, su señoría. / Mantantiru-Liru-Lá!”.