Como buen jugador de beisbol, el presidente López Obrador debe —en este periodo de sucesión— “mantener la buena vista ante los retos que le llegarán como envíos de rompimiento y tratará de adivinar si los enemigos vendrán con rectas, curvas o bolas de tenedor para poder adelantarse”. (Diario Las Américas, 23 de septiembre de 2023).
Y como también adicto al dominó, busca evitar que ningún rival —incluidos sus aliados— le ahorque la mula de seis.
Ya resuelta la sucesión presidencial —ir a las urnas será un mero protocolo—, ahora busca que las sucesiones de las gubernaturas que le interesan vayan de su mano con la mejor de las suertes.
Por ejemplo, en la Ciudad de México hay algo que pocos están viendo.
En apariencia, Omar García Harfuch, ex secretario de Seguridad, será el candidato de Morena.
Si ese fuese el caso, no tiene sentido que Hugo López Gatell se haya registrado.
Los analistas ven a éste como el aspirante apadrinado por AMLO —al igual que Clara Brugada.
En contraste, a García Harfuch se le ve, inevitablemente, como el candidato de Claudia Sheinbaum.
Hasta un niño de seis años sabe que el presidente no confía en el policía de la contienda y que su corazón está más cerca de Brugada.
La duda que mata en este escenario es el registro de López Gatell, quien durante la pandemia se enemistó con Sheinbaum.
Sobra decir que el denominado Doctor Muerte sólo pudo haberse movido pidiendo el permiso del huésped de Palacio Nacional.
O empujado por él.
Es en este escenario que aparece lo que Jorge G. Castañeda llamó en La Herencia —ese gran clásico de la arqueología de la sucesión presidencial en México— “sucesión por descarte”.
Una vez concluida la encuesta, López Gatell aparecerá con los mejores números en un área clave: la del conocimiento.
(En efecto: el médico es mucho más conocido que el policía aunque sus negativos son brutales).
Imaginemos el encuentro entre el presidente y la virtual candidata antes de que se determine el nombre del ganador.
Sheinbaum argumentará mil cosas contra López Gatell.
AMLO responderá con una andanada de críticas en contra de García Harfuch.
La solución tendrá un nombre: Clara Brugada, la tercera de la encuesta.
Sucesión por descarte, pues.
En apariencia, los candidatos de ambos se fueron al bote de basura, aunque en realidad la verdadera candidata del presidente es la que ganará.
(Éste escenario, como todos los escenarios, puede moverse. Hoy por hoy, sin embargo, tiene una lógica de partida de dominó o estrategia de beisbol).
Castañeda lo dice muy bien: “la eliminación de los demás nunca es inocente, y el vencedor no debe su sobrevivencia exclusivamente a factores aleatorios”.
No hay inocencia en la derrota o en la victoria de nadie.
El azar no juega aquí.
En la sucesión de López Portillo, el padre de García Harfuch —Javier García Paniagua— era uno de los grandes favoritos.
El presidente y su hermana Margarita lo adoraban.
Los astros se movían cada vez que caminaba.
¿Por qué se cayó?
Por la sucesión por descarte.
¿Quién lo tiró?
El monstruo de dos cabezas López Portillo y su eventual sucesor.
Castañeda otra vez lo narra con gran maestría:
“(Miguel de la Madrid) sale fortalecido de la crisis veraniega de 1981: sólo deberá vencer a un rival restante. Se trata de un adversario temible por sus características personales, pero fácilmente vencible a la luz de sus atributos politicos: Javier García Paniagua.
“La secuencia de junio-septiembre de 1981 sirve para matizar la tesis de la sucesión por descarte: cuando se produce un proceso sucesorio de esta naturaleza, el ganador
siempre contribuye en alguna medida a crear una situación en la que la única carta disponible es justamente él”.
¿Qué pasará en Puebla?
Es tema de otra columna.