El camino para la gubernatura del Estado de México al interior de Morena parece ser el que predominará en el resto de las entidades que estarán en juego de aquí a 2024, incluyendo Puebla.
Vea el hipócrita lector:
En julio de este año se aplicará la encuesta que definirá al candidato.
(Los amantes del lenguaje inclusivo —qué fea palabreja— exigirían que dijera “candidata, candidato y candidate”).
Una vez que surja el ganador, éste será nombrado “Coordinador de los trabajos rumbo a la elección del Estado de México”, en aras de ocultar con ese eufemismo el título de “precandidato”.
Dicho coordinador hará campaña un año sin el aval del Instituto Nacional Electoral (INE), pero como este organismo está borrado del mapa eso no tendrá la menor importancia.
Un año andará el precandidato del tingo al tango: en desayunos de adhesión, en comidas de cierre de filas, en cenas de “hasta la ignominia, compañero”.
Un largo año que servirá para empezar a borrar al PRI de uno de sus bastiones históricos.
Y todo con la complicidad del actual gobernador Alfredo del Mazo, quien —como Omar Fayad, en Hidalgo, y Alejandro Murat, en Oaxaca— forma parte del nuevo club de palafreneros de Morena.
¿Qué les saben a estos tres que prefieren hacer tareas de colaboracionismo antes que caer en el hoyo negro en el que está metido Alito?
La elección de 2024, pues, será de mero trámite.
El nuevo gobernador habrá de nacer con la encuesta de Morena, que, como ya se sabe, no es confiable ni para los propios morenistas.
Cómo olvidar las descalificaciones que de éstas hace continuamente el senador Ricardo Monreal.
Estas directrices se dieron el fin de semana pasado en el seno de un desayuno realizado en Toluca, al que acudieron, entre otros, los tres precandidatos a la Presidencia de México: Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López.
Este último, secretario de Gobernación, trazó la ruta crítica que viene: la de los precandidatos a las gubernaturas convertidos en coordinadores de los trabajos rumbo a la elección.
En los estados gobernados por Morena, los gobernadores tendrán una opinión de peso.
Y en dichos estados habrá de darse una necesaria renovación de las dirigencias estatales antes de circular por esa ruta.
En Puebla, por ejemplo, el dirigente de Morena es un zombi, quien a su vez sucedió a otro zombi.
El zombi que habla como dirigente —más bien regurgita— se apellida Belmont —como el grupo fresa de los 60: los Belmonts— y se llama Aristóteles.
Cada vez que habla, dice tonterías que en nada influyen.
O sí.
Influyen para ratificar la idea de que es un zombi.
Belmont no es de aquí ni es de allá.
Es de la Ciudad de México.
Y hay probadas sospechas de que en su juventud fue porro en algún CCH.
El nuevo dirigente, en consecuencia, habrá de tener el apoyo de los grupos que se mueve en el estado, así como una buena imagen pública.
(¡Absténganse gángsters!).
Una vez renovada la dirigencia (y ya con el zombi en el exilio), sobrevendrán la encuesta, el precandidato, el coordinador y, por fin, el candidato.
Como la elección en Puebla es en 2024, la encuesta tendría que hacerse en julio de 2023.
Y es aquí cuando entrará en juego, entre otros, el visto bueno del gobernador.
Si el virtual candidato no genera consensos, y una necesaria buena opinión, difícilmente transitará.
No se aceptarán seguramente piedras en el zapato.
(¡Gángster, vuélvanse a abstener!).
Uno de los pocos requisitos que pide la Constitución es que los candidatos tengan un modo honesto de vivir.
Parece fácil.
No lo es.
Lo fácil es exhibir los modos deshonestos de vivir.
(Hay muchos que sin cumplir el requisito del modo honesto han transitado).
Otro requisito que tendría que imponerse desde ya es no tener antecedentes de violencia en contra de las mujeres.
(Hay un diputado federal de Morena conocido por golpear a su ex esposa).
En fin…
La de 2024 será una elección de lo más interesante en Puebla.
Y, en el caso de Morena, todo arrancará en julio de 2023.
No antes.