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jueves, noviembre 21, 2024

La derechita cobarde y su mala hostia

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Cada quien ve la película que quiere. 

La película que vimos la semana que empezó el lunes 21 de febrero, fue muy distinta a la farsa que interpretó el viernes 25 esa derechita cobarde que estuvo al frente del fallido movimiento de la Universidad de las Américas Puebla. 

Y es que del “no queremos saber nada de los espurios” pasaron al “qué amables esos señores”. 

Y todo dicho por la doctora Cecilia Anaya, empleada del prófugo Luis Ernesto Derbez. 

Quién lo iba a decir: 

Los más congruentes de esta farsa fueron la revista Proceso —que en su publicación impresa no sacó una sola línea del desenlace— y Enrique Rodríguez, sedicente vocero —¿todavía insistirá en serlo?— de la Fundación Mary Street Jenkins. 

Empiezo por este último. 

Luego de encabezar las barricadas en Twitter, y enfrentar un huidizo debate con el quintacolumnista, el locutor que se proclama periodista tiró todo por la borda, no acudió a celebrar sus mentiras —como sí lo hicieron todos los demás, empezando por el patético Consorcio de Universidades Privadas— y se metió en un silencio ominoso en sus redes. 

¿Dónde quedó la celebración del inexistente triunfo? 

Jamás apareció bajo su firma. 

Prefirió esconderse en tuits sobre ¡la guerra de Ucrania! y en soltar mensajes optimistas sobre ¡los Pumas de la UNAM! 

De la Udlap y el regreso a clases no escribió una sola palabra. 

Sus actitudes de matoncito, terminaron en un oscuro clóset del que había salido años después del escándalo que lo defenestró del Canal Judicial. 

(Por cierto: se nota que los agravios generados por ese despido no cicatrizan todavía, pues días atrás se le fue encima a su exjefe, el ministro Zaldívar, quien se atrevió a denunciar a otro matoncito: el expresidente Calderón). 

El silencio de Proceso es sintomático y refleja la decadencia de la revista. 

Luego de haber sido la bocina de los Jenkins a lo largo de esta trama —y de mentir una y otra vez sobre los supuestos intereses económicos que tenía el gobernador Miguel Barbosa en la misma—, dejó de publicar algo que periodísticamente era nota: el regreso de las instalaciones de la universidad y, en consecuencia, el retorno a las aulas. 

La razón se encuentra en motivos extra periodísticos: que los redactores y la corresponsal no tenían cara para declarar como triunfo que el patronato calificado de “espurio” —encabezado por Horacio Magaña— fue quien le entregó el campus a la empleada de Derbez: la rectora interina Anaya. 

Ante eso, el silencio fue la respuesta. 

Ni una nota, ni una línea, ni una letra. 

Con consignas robadas a la izquierda (que en su momento fueron lanzadas en contra de personajes como ellos) —“¡sí se pudo!”, “que sí, que no, que cómo chingaos no!”, “¡el pueblo unido / jamás será vencido!”—, la derechita cobarde celebró el regreso del campus como si fuera una kermesse de pueblo.  

Expertos en Goebbels, y en la propaganda nazi en la que suelen moverse, los oradores recurrieron a las medias verdades y a las mentiras absolutas para insistir en que les ganaron a los “espurios”. 

Ufff. 

Sólo aplaudieron los tontos útiles, los bots —también desaparecidos junto con el locutor Rodríguez—, el @nanoprofe y uno que otro despistado. 

Ya se sabe que la política tritura todo, pero pocas veces habíamos visto a la derechita cobarde triturarse a sí misma junto con sus aliados: Ana Teresa Aranda (Carmen Salinas RIP), Nancy de la Sierra de Espinosa Torres (su esposo sigue prófugo), Humberto Aguilar Coronado —sedicente tigre de papel—, Eduardo Rivera y Pérez —desde su clóset del Palacio de Charlie Hall— y los temblorosos rectorcitos de la UPAEP, la Ibero y demás universidades privadas. 

Todos ellos, faltaba menos, con su ya conocida mala hostia. 

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