El reportaje de Álvaro Ramírez y Nacho Juárez deja muchas dudas en particular sobre un personaje polémico: Fernando Manzanilla Prieto, quien ha tenido la virtud de estar muy cerca del poder, y el defecto, inevitablemente, de traicionar a quienes le dieron la mano.
Algo llama la atención:
Hace tiempo se rodeó de gente de primer nivel para orquestar sus campañas.
Hoy, quién lo dijera, ha recurrido a un club de parias para lograr su objetivo.
Eso de “lograr” es un decir.
Manzanilla, quien alguna vez nos vendió la idea de que después de Carlos Salinas de Gortari era el mexicano más destacado que había pasado por Harvard, ha venido reclutando pipitilla para lanzar sus bolas de humo.
¿Qué dirían sus profesores y sus antiguos amigos a los que apuñaló con el tiempo?
Pienso particularmente en Rafael Moreno Valle.
Con menos estudios que Manzanilla, el exgobernador logró más triunfos políticos que su excuñado, quien ha venido perdiendo todo lo ganado de 2019 para acá.
Vea el hipócrita lector:
Perdió la confianza del gobernador Miguel Barbosa —quien lo veía como carta fuerte para 2024—, un cargo importante en el gabinete —la Secretaría de Gobernación—, un partido político —el derechoso PES—, una diputación federal —con todo y coordinación general—, varios aliados importantes en Palacio Nacional —que también cayeron en desgracia—, algunos aliados locales —jinetes sin cabeza, como él—, y el respeto de quienes fueron sus pares.
Sin fichas importantes para jugar, hoy deambula por los callejones de la ignominia lanzando bolas de lodo.
¿Dónde quedó el cerebro de Moreno Valle que era capaz de liderar al extinto Grupo Finanzas?
La duda mata.
Hoy, como un epigrama de Catulo, sólo se degrada por los callejones de Roma con los nietos de Remo el Magnánimo.
Hace algún tiempo escribí varias líneas sobre Manzanilla que siguen teniendo una brutal vigencia.
La traición y la amistad son temas tan antiguos como el primer amanecer del mundo y el primer crepúsculo.
Los neandertales no eran seres de conceptos, en consecuencia: no conocían la diferencia entre la amistad y la traición.
Lo suyo era rupestre: cazar, comer y dormir.
Son los sapiens quienes como buenos cazadores en grupo descubrieron la amistad, primero, y la traición, después.
Esos temas están en Shakespeare, por supuesto, quien se los trasladó con el tiempo a Borges, Calvino (Ítalo) y Monterroso (Tito).
Para que la traición tenga efecto debe haber antes amistad.
La primera no se entiende sin la segunda.
Los enemigos no se traicionan.
Se matan sin traicionarse.
Este prólogo tiene que ver con lo que hemos estado viendo en el caso Manzanilla.
Todo lo que lo rodea tiene que ver con Shakespeare y los primeros sapiens.
Coppola, quien hizo todo un ejercicio cinematográfico sobre la amistad y la traición en la saga de El Padrino, podría hacer una película más larga que la cola de una serpiente.
Manzanilla y Moreno Valle, por ejemplo, vivieron su amistad con pasión y con hielo.
Cuando lo segundo se interpuso se acabó la amistad.
Cada uno tuvo sus razones.
Es difícil entender lo qué pasó entre ambos.
Sólo quienes lo vivieron de cerca saben explicar quién fue el amigo que cruzó la delgada línea de la traición.
En esta trama hay pocos testigos.
Con el morenovallismo en contra, Manzanilla llegó a Morena y al territorio de López Obrador.
En un momento dado, como en Borges, las piezas de su ajedrez aparecieron en el tablero de Miguel Barbosa Huerta.
Y ambos cruzaron diversos rubicones.
¿Fueron amigos?
Sólo ellos y otros pocos lo saben.
Todo indica que más bien fueron compañeros de ruta.
En su aventura enfrentaron al morenovallismo y lo padecieron.
Juntos, cómo olvidarlo, también enfrentaron la sequía, la errancia aparentemente sin fin y los furiosos embates de sus adversarios.
Salieron vivos de esa trama.
Y más: triunfadores y exitosos.
Y cuando todo empezaba a marchar bien, todo empezó a descomponerse entre ellos.
En una columna, el periodista Alejandro Mondragón escribió las siguientes líneas:
“¿Qué necesidad de exhibir al gabinete de Luis Miguel Barbosa de dividido? ¿Qué ganan con tanto golpeteo político contra su secretario de Gobernación, Fernando Manzanilla? Quien, por cierto, acabó por renunciar al cargo.
“Si los duros del barbosismo pretende eliminar adversarios cuando apenas van cinco meses reales de administración, la cosa pinta para peor.
“Ellos sólo alimentan la desconfianza del gobernador hacia su propio equipo, en aras de saciar su canibalismo”.
¿Hubo traiciones en esta historia o todo fue el resultado de un honesto Yago infiltrado en los pliegues del barbosismo?
Y es que ya sabemos lo que Yago provocó en Otelo:
Que con la furia de los celos perfectamente inoculada terminara por matar lo que amaba más.
Fernando Manzanilla fue un sobreviviente del morenovallismo y del barbosismo hasta que el destino así lo quiso.
Dos meses o más enfrentó la furia y el desencanto.
Minada la confianza, se refugió en Gobernación y se ató al escritorio.
Muchas lunas vio pasar.
Desde su oficina escuchaba el ladrido de los perros, sí, pero también el rugido de los leones.
Un reloj suizo fue su compañero de naufragio.
Un día, por fin, terminó su cautiverio.
Mucha sangre vimos correr desde entonces.
Mucha tinta.
Los leones, como entonces, tienen hambre.
Sólo Manzanilla quedó disminuido.
Para enfrentar las guerras por venir, nuestro personaje regresó a una vieja pasión: el atletismo.
Ha corrido tanto en estos meses que está más cerca de Forrest Gump que del fenómeno keniano Eliud Kipchogue.
¿A dónde quiere llegar?
Sólo él lo sabe.
Forrest Gump empezó a correr un día sin una ruta crítica en la mente.
Corrió, corrió, corrió, hasta que un día también, sin carta de navegación, dejó de hacerlo.
Como historia cinematográfica, es buenísima.
Como estrategia política, no hay futuro.
Lo único que tiene es un club de parias y analfabetos funcionales que todo le aplauden.