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jueves, noviembre 21, 2024

Historias negras de la sucesión en Casa Puebla

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Estamos comiendo un delicioso pechito de ternera en el restaurante La Esencia del Mediterráneo, muy cerca del fraccionamiento El Cristo, en Atlixco.

El gobernador Miguel Barbosa tiene frente a él a Sergio Salomón.

Ellos no saben que las cosas van a cambiar cuatro meses y medio después.

Nadie lo sabe.

No lo sabe el gobernador, no lo sabe Sergio, lo ignoramos todos los demás: doña Rosario, Gaby Bonilla, Javier Pacheco, Araceli Morales y yo.

Es domingo 31 de julio de 2022.

Ninguno de los comensales sabemos que las cosas se van a mover de su lugar el martes 13 de diciembre, en la antesala de las fiestas navideñas y la madre de todas las batallas.

No sabemos, quienes devoramos ese pechito de ternera, que el gobernador habrá de sufrir un infarto que lo llevará a la muerte ese martes negro, y que Sergio se convertirá en el nuevo gobernador horas después.

¿Cuántas veces antes un gobernador había estado sentado con esa proximidad apabullante ante su sucesor?

Hago memoria.

No encuentro antecedentes.

Mariano Piña Olaya quería que su sucesor fuese Marco Antonio Rojas, pero se le atravesó Manuel Bartlett Díaz, quien no quería que Melquiades Morales Flores entrara en su lugar.

Don Melquiades tenía otros planes para Casa Puebla —Rafael Cañedo, Carlo Alberto Julián, Germán Sierra—, pero se le atravesó Mario Marín, quien quería a su cachorro —Javier López Zavala— sentado en la silla que estaba calentando.

Sus planes fracasaron cuando apareció en el escenario Rafael Moreno Valle, quien siempre quiso que José Antonio Gali Fayad lo sucediera quince o veinte minutos, en lo que su verdadera candidata, Martha Érika Alonso, se preparaba para convertirse en la cabeza de un morenovallismo sin Moreno Valle.

A los dos se les atravesó la muerte —esa viajera de helicópteros—, y Gali buscó mover la Constitución local para repetir en el cargo, pero se le atravesó Miguel Barbosa, quien impulsó a don Guillermo Pacheco Pulido para que fuera el interino.

Ya en el poder, el gobernador Barbosa trazó la ruta de su propia sucesión ante la hiperactividad del diputado Ignacio Mier y el senado Alejandro Armenta.

Y de todos aquellos a los que promovió, se quedó con Sergio Salomón.

¿En qué momento se depuró su baraja?

(Esto merece una columna entera).

Confórmese el hipócrita lector con saber por lo pronto que Bartlett nunca se sentó con Melquiades Morales teniéndolo como carta suya para la sucesión.

Y, salvo Moreno Valle y Barbosa, los otros gobernadores no se sentaron en esa condición con quienes terminaron por llegar.

Moreno Valle puso a Gali y a Martha Erika.

Y Miguel Barbosa se decantó por don Guillermo y Sergio Salomón.

A este último lo estaba perfilando para la elección de 2024.

Era imposible no verlo así.

Y lo volvió convidado permanente a su mesa de comida junto a Gaby Bonilla, Javier Pacheco, Araceli Morales, don Gilberto Higuera Bernal…

(Quien esto escribe fue convidado ocasional en esas mesas de amigos).

Ahí no se hablaba de política.

La charla era sobre un tema que muchos políticos han olvidado: la amistad.

La amistad como fórmula para vivir mejor.

La amistad como puerta giratoria que conduce a la hermandad.

A la auténtica, no la de los “bros” y los “hermanitos” tan recurrentes en la mala política.

Regreso al inicio de esta columna:

Estamos comiendo un delicioso pechito de ternera en el restaurante La Esencia del Mediterráneo, muy cerca del fraccionamiento El Cristo, en Atlixco.

El gobernador Miguel Barbosa tiene frente a él a Sergio Salomón.

Algo sabe don Miguel que nosotros no sabemos.

Cuatro meses y medio después de esa comida todo se movió de su lugar.

Absolutamente todo.

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