Las historias políticas de los triunfos y las derrotas están llenas de jardines con senderos que se bifurcan.
Para entender lo que está pasando, nada como bucear en las aguas heladas del pasado reciente.
Cuando Manuel Bartlett vino a hacerse de la candidatura a Casa Puebla, sólo bastó que su chofer saliera de la residencia ubicada en Lomas de Chapultepec y enfilara hacia el viaducto Miguel Alemán.
Una hora después ya estaba tomando la autopista a Puebla, donde lo esperaba el gobernador Mariano Piña Olaya.
Éste le mostró el Palacio de Gobierno, en avenida Reforma, y juntos enfilaron, caminando, hacia el Palacio Municipal, donde los esperaban las fuerzas vivas poblanas —políticos, empresarios, líderes sindicales, charros del magisterio y los inevitables mirones.
Antes, el gobernador había organizado una peregrinación con algunos de estos personajes, quienes tenían la encomienda de caminar del zócalo hacia el Palacio de Gobierno para que simularan un encuentro casual.
El ritual fue idéntico en todos los casos.
El gobernador decía, por ejemplo, “¡qué milagro, Paco!”, y pasaba a presentar al dueño del Gran Hotel del Alba con el naciente candidato a sucederlo.
Y así sucesivamente.
Empresarios, políticos, líderes del PRI y el PAN, charros sindicales y mirones se prestaron a esa simulación.
A la par de esto, el gobernador le iba dando una Guía Roji a Bartlett.
“Ésta es la avenida Reforma, Manuel, y más adelante nos vamos a encontrar con el zócalo de la ciudad. Mira, éste es el cine Reforma”.
(Mi suerte de reportero principiante me hizo ir detrás de don Manuel y don Mariano sin que nadie notara mi presencia).
En el suelo quedaron las aspiraciones de quienes hasta antes de esta escena pujaron por ser “el candidato”.
O “el hombre”.
Nombres: Marco Antonio Rojas Flores y Ángel Aceves Saucedo, por ejemplo.
¿Qué pasó con los “rivales” de Bartlett?
Don Marco abrió un restaurante por los rumbos de Analco y don Ángel se exilió a la Ciudad de México.
Seis años después, los rivales de Melquiades Morales tuvieron mejor suerte.
Germán Sierra fue integrado al gabinete y José Luis Flores fue premiado con una diputación federal.
Mario Marín no le dio nada a Germán Sierra —quien volvió a contender en el proceso interno—, y a Rafael Moreno Valle le cumplió a medias.
Lo hizo líder del Congreso, pero no le dio la primera posición —ni la segunda— de la candidatura al Senado.
Una vez que derrotó a Javier López Zavala, Moreno Valle lo llevó a su regazo con todo y el odio que éste acumuló al final contra Marín, quien, según sus palabras, lo traicionó en la víspera.
Y aunque López Zavala no se integró al gabinete, tuvo algunas canonjías políticas y económicas.
En la antesala de su mini gubernatura, José Antonio Gali (por órdenes de Moreno Valle) autorizó el exilio voluntario de Enrique Agüera —su rival en la puja por la alcaldía poblana—, y a Blanca Alcalá no le dio ni los buenos días.
Martha Erika Alonso no tuvo tiempo de gestos generosos con sus rivales, pues, a los diez días de haber asumido el cargo, falleció a bordo un helicóptero Agusta.
En la interna de Morena, en 2019, Alejandro Armenta y Miguel Barbosa registraron sus aspiraciones.
Tras resultar electo don Miguel, el senador interpuso un recurso ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Pocos días antes del fallo, y por intermediación del diputado Ignacio Mier y Ricardo Monreal, ambos personajes se reunieron y limaron asperezas.
Hoy —ya con el senador Armenta como virtual candidato a la gubernatura—, entraremos una vez más en ese jardín de senderos que se bifurcan —oh, san Borges.
Hay que decir que la eliminación de los demás nunca es inocente, como escribió Jorge G. Castañeda en “La herencia”.
Cabe una frase religiosa y profundamente filosófica: los caminos de Dios son inescrutables y misteriosos.
A nadie le es dado saber el futuro político de lo que se avecina.
¡Terrible!
¡Bebamos!
