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domingo, octubre 26, 2025

Esta columna no habla de política (habla de futbol y del misterio de la muerte)

Esta columna no habla de política (habla de futbol y del misterio de la muerte)

Murió Manuel Lapuente, el más grande técnico del futbol mexicano después de Nacho Trelles.

(Estas líneas las escribe un nostálgico).

Vivía en Atlixco desde hace algunos años.

A su casa acudió un día Mario Carrillo, quien fue siempre su segundo de a bordo.

Él mismo lo contó ahora que trascendió que Lapuente había fallecido.

Y lo hizo en el programa “Futbol Picante”, transmitido por ESPN.

El conductor del programa le preguntó a Carrillo sobre el legado de Manuel Lapuente.

La respuesta del supuesto amigo reflejó otra cosa.

Y es que en lugar de ponderar de entrada al técnico que tantas glorias le dio al futbol mexicano, Carrillo narró una historia que dejó muy mal parado a su “maestro, amigo, hermano y padre”.

Dijo, pues, que cuando dos colaboradores de ESPN —Luisa Fernanda Fernández y Daniel— se casaron en Puebla, pasó a ver a Manuel Lapuente a su casa de Atlixco.

(Esto ocurrió hace aproximadamente dos años).

Llegó Carrillo metido en un traje, y saludó a Lapuente, quien personalmente le abrió la puerta.

—¿Te vas a casar? —le preguntó éste.

—¡No! Vengo a una boda.

Luego pasó a describir una escena extraña.

Dice que Lapuente le dijo: “Tú, Mario, dirigiste… dirigimos… ¿Qué equipos dirigimos?”.

En su relato, señala que le respondió: “Acuérdate, Manuel… Necaxa, América…”.

Ante el público de ESPN, Mario Carrillo aseveró que ya empezaban “a olvidársele cosas”.

Una vez que se orinó en el recuerdo de su amigo, empezó a hablar de los veinte años que trabajaron juntos.

Y ahí sí ponderó lo que debió haber hecho desde el principio: la genialidad estratégica, la seriedad, el amor por el futbol, la inteligencia matemática.

Si a alguien le piden una opinión sobre el legado que dejó un amigo, nadie se pone a narrar de entrada hechos perturbadores que dejan en evidencia a aquél.

Carrillo lo hizo, y confirmó lo que muchos siempre dijeron de él: que durante años envidió el talento de su maestro.

Y es que, desde la sombra en la que vivió durante veinte años, fue germinando esa envidia que hoy, una vez muerto el gran Lapuente, apareció en forma de daga en la mano izquierda del verdugo.

Descanse en paz el gran Manuel Lapuente.

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