En Calzonzin Inspector, de Alfonso Arau, las autoridades de San Garabato confunden a un modesto indígena llamado Calzonzin con un anónimo inspector enviado por el gobernador para dar un informe de las condiciones en las que se encuentra el pueblo gobernado por don Perpetuo del Rosal, el gran cacique.
Todo lo maquillan en aras de que el inspector se lleve la mejor de las impresiones.
No sólo eso: mandan traer acarreados de torta y frutsi, periodistas y todo lo que signifique “fuerzas vivas”.
Las comilonas, los discursos y la parafernalia retratan la política pueblerina en toda su ridiculez.
Este miércoles, en el Club de Empresarios de Puebla, vimos algo parecido.
Los adictos a Nacho Mier llegaron como algunos personajes de Calzonzin Inspector.
Sólo les faltó el confeti.
Estaban todos: Chon Calzón, Enedina, el periodista, doña Eme, doña Pomposa, don Perpetuo y el Lechuzo.
La cargada en todo su esplendor.
Esa cargada que ha venido acompañando al diputado Mier en sus actos de precampaña a la gubernatura (disfrazados de foros de la reforma eléctrica).
Y ahí van con él los que en el pasado reciente los atacaron a él y a Enrique Doger desde el zavalismo, el morenovallismo, el marinismo.
Los mismos bueyes, las mismas vacas.
¿Qué cambia?
Que ahora son todos como Chon Calzón: egregios apoyadores del coordinador de Morena en San Lázaro.
A esto hemos llegado:
A una vulgarización de la política como pocas veces se había visto.
Este achaparramiento (o pauperización) tiene que ver con la calidad moral de muchos de éstos.
Hacen política chicharronera y practican un humorismo más cercano al Caballo Rojas que a Monsiváis.
Y desde esas mazmorras pretenden llegar a Casa Aguayo.
¿Qué buscan?
Posiciones en el gobierno para hacer lo que siempre han hecho: dinero privado con dinero público.
Como a Fernando Manzanilla, su reputación los precede.
No nos hagamos bolas: esta fauna es sobradamente conocida.