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sábado, noviembre 23, 2024

En la Muerte de López Díaz

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Una mañana muy temprano salí de la sierra norte rumbo a Puebla.

Pasando Apizaco encendí la radio y me topé con el noticiero de López Díaz.

Tenía tiempo de no escucharlo.

Ahí caí en la cuenta de por qué era el líder indiscutible de la radio en Puebla.

¿Qué tenía él que los demás conductores de noticieros no tenían?

Varias cosas: ritmo, autenticidad y una vena informativa vertiginosa.

Buena parte de los otros conductores estaban metidos en falsos intelectualismos y cierta tediosa simulación.

Simulaban ser cultos o profundos.

Más allá de que su actitud no era sino pose, volvían tediosos sus espacios.

López Díaz no quería impresionar a nadie.

Por eso los radioescuchas lo elegían entre todas las opciones.

Su primer lugar indiscutible en los índices de audiencia radiofónica aplastaba a todos desde hace décadas.

Por si fuera poco, doña Coral Castillo viuda de Cañedo jamás dejó de apoyarlo pese a las presiones de algunos gobernadores.

Varias veces compartí mesa con Javier López Díaz en las tradicionales cenas o comidas navideñas a la que suelen ser convocados los periodistas poblanos.

Ahí cruzaba palabras con mi estimado Juan Carlos Valerio y con él.

Y es que ambos fueron siempre entrañables amigos y se reunían al amparo del Grupo 2 de Julio.

Encontré a un hombre sencillo y sin egos revueltos, pese a ser el número uno de la radio poblana.

Algo me llamó la atención de él: su adicción a hablarle a la gente de usted y no de tú.

Este martes, un amigo me habló y me dijo sin preámbulos que López Díaz había muerto.

Me dio una tristeza inexplicable.

Y es que no éramos amigos y tampoco nos frecuentábamos.

No obstante, su presencia radiofónica marcó en varios momentos mi vida periodística.

Uno de esos ocurrió después de las elecciones municipales de 1995, cuando Germán Sierra, del PRI, perdió ante Gabriel Hinojosa, del PAN.

En mi novela Miedo y Asco en Casa Puebla capturé una escena que terminó por darle nombre a la columna que el hipócrita lector tiene ante sí.

Comparto un fragmento:

“A las seis de la mañana Juan Pablo Vergara despertó en la cama de Luci. ‘Puta madre’, dijo en silencio. Ella encendió un aparato de radio. López Díaz entrevistaba al doctor Germán Sierra. Escucharon con atención cómo éste denunciaba que había sido víctima de una conjura para que perdiera. ‘Una quinta columna trabajó contra mí al interior del PRI, Javier’, dijo convencido. Vergara se levantó, se vistió y se fue a reportear la nota. Llegó a la oficina de Nacho Mier, dirigente estatal del PRI, y le preguntó sobre lo que acababa de decir Sierra. Éste se rió y le preguntó de cuál había fumado.

“Todos negaron que se hubiera dado una conspiración contra Sierra. Él, en tanto, desapareció del mapa varias semanas. A petición de Rodolfo Ruiz, Vergara y Carlo Pini crearon una nueva columna en las páginas de El Universal Puebla. Como un tributo al dicho de Sierra, la bautizaron La Quinta Columna. Una coincidencia: nació el 28 de mayo, día de san Germán”.

Hasta aquí la inevitable cita.

Sobra decir que no habrá nadie que llene el micrófono de López Díaz.

Nadie tampoco conectará con la brutal audiencia que tenía como lo hacía él.

Ese público forjado durante años de trabajo y disciplina lo va a extrañar como se extraña a un amigo entrañable.

Y es que López Díaz se metía en sus casas, tomaba el café con ellos, viajaba en el taxi mañanero o en el camión urbano, se sentaba en el sofá.

Se dice fácil.

Sólo él podía hacerlo.

Descanse siempre en paz.

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