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lunes, abril 28, 2025

En la misma ciudad y con la misma gente (Memoria y destrucción de pueblos y ciudades)

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En mi columna anterior hablé de cómo algunos presidentes municipales habían contribuido a destruir sus pueblos a cambio de dinero black, o los tenían sumidos en la basura por falta de iniciativa o por marcado y estúpido desinterés.

Esto surgió a partir del llamado que hizo el gobernador Alejandro Armenta a los presidentes municipales en el sentido de realizar faenas de limpieza en sus pueblos, una vez que, de no hacerlas, estarían faltando a su juramento constitucional de cumplir las leyes.

Varias voces opinaron sobre el tema.

Rescato tres testimonios.

El primero es de Emilio Murad, hijo de don Jorge Murad Macluf, quien fue, entre otros muchos cargos, un espléndido presidente municipal de la ciudad de Puebla.

Emilio, hay que decirlo, es un empresario exitoso que siempre ha estado preocupado por temas ambientales, forestales y agrícolas.

Y tiene otra virtud: ama a su tierra, Chignahuapan, como pocos.

Esto escribió a propósito de la multicitada reflexión:

“Muy sentida tu columna —y precisa como siempre—. Inmediatamente pensé en el centro histórico de Chignahuapan, que cada día pierde su esencia. Tuvimos un presidente municipal —de triste memoria, ahora regidor de Morena—, que destruyó el primer cuadro y contrató a un ‘arquitecto de fama mundial’, que dejó dicho centro convertido en un ‘verdadero pastel de quince años’ con aparentes de yeso y resinas que sustituyeron a los materiales de la región —madera y piedra tallada—, y el INAH, como siempre, brillando por su ausencia.

“‘Modernidad’, ‘desarrollo económico’ le llaman. Pero se perdió la identidad, por más que le llamen ‘pueblo mágico’. ¡Terrible! ¡Bebamos!”.

El siguiente escrito es de Moisés Carrasco Ávila, hijo del profesor Moisés Carrasco Malpica, quien fue presidente del Congreso de Puebla en su momento.

“Como siempre, con gusto leí tu columna. Muy realista.

Me hizo pensar en cómo la ‘modernización’ y el ‘progreso’ han generado paisajes grises, con casas que parecen salidas de un molde. Tan cuadradas como un cubo de Rubik: llenas de ángulos que llevan a pensar que los nuevos paisajistas hubieran perdido ojo para la forma, o alma para la imaginación.

“Los pueblos, algunos, por no decir casi todos, grandes, chicos y aquellos que pomposamente se anuncian como ciudades (aunque apenas alcancen en pensar en topes a cada calle o al ‘ordenador’ parquímetro), pierden poco a poco su identidad. Lo pintoresco ahora se ve en las cortinas comerciales. Lo auténtico se manifiesta en las bocinas escandalosas con música movidita o norteña. Ya no son pintorescos por su identidad urbana con tradición, con su historia escrita en sus bancas, portales y jardines.

“Crecí en Chignahuapan, conozco la zona. Ahora veo como las calles centrales de los pueblos se convierten en mercados permanentes, glamorosamente llamados ‘zonas comerciales’. Las casas que antes tenían portones y ventanas de madera, y, en algunas casas, portalillos, hoy tienen como fachadas cortinas metálicas.

“Bien que las comunidades, los pueblo y ciudades avancen, crezcan y busquen de manera permanente el crecimiento. Lo lamentable es que, en esa búsqueda, vayan dejando el alma que les dio identidad. Muy lamentable”.

El siguiente texto es de Calixto Velasco, usuario de Facebook y vecino de Huauchinango:

“No nací en Huauchinango, pero siendo un niño de 7 años de edad lo conocí.  El autobús con rumbo a Tuxpan, un ADO que salía de Puebla a medianoche, serpenteaba desde la Desviación.  Un anuncio de Ford, antes de ‘La virgencita’, aparecía en el camino. A la pequeña distancia, los techos rojizos de la mayor parte de las casas. El autobús entraba por avenida Revolución, y después por la calle Matamoros, hasta lo que fue ‘El gato negro’.

“Ese ADO se estacionaba en pleno centro del pueblo.

La vida me trajo aquí 11 años después, siendo muy joven. Un fin de semana era deliciosamente aburrido salir a caminar por sus calles embalastradas, la mayoría, empedradas unas pocas, y tres o cuatro pavimentadas.

“Unos 7 semáforos funcionaban controlando el tráfico y las veredas, y los caminos vecinales, en dirección a las comunidades, con ameles por doquier, arroyos limpios, sus aguas frías y cristalinas.

“Salir a las tardeadas en el auditorio, caminar aburrido (si ser feliz se pudiera considerar aburrimiento).

“Ha cambiado todo y desafortunadamente no para mejorar.

“Huauchinango era el centro educativo y cultural de la región, desde Tampico y Tuxpan, desde Poza Rica y Xicotepec, desde Apizaco y Zacatlán.

“Era…”.

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