El verbo terquear sí existe.
Suena raro, pero hasta la Real Academia Española lo tiene en sus arcas.
El gran terco en este país —él prefiere que lo llamen necio— es el presidente López Obrador.
Desde que encabezó las delirantes marchas a pie del Éxodo por la Democracia sabíamos que estábamos frente a un luchador social distinto.
Nadie como él para recorrer a pie los 774 kilómetros que separan a Villa Hermosa, Tabasco, del zócalo de la Ciudad de México.
Un día, a mediados de los años noventa, me tocó verlo llegar a la caseta de San Martín Texmelucan al frente de una caravana de hombres y mujeres francamente agotados, pero felices.
AMLO no podía con su alma.
La camisa color caqui iba bañada en sudor, y los pies, desnudos, le sangraban.
Qué diferencia de las marchas de Cuauhtémoc Cárdenas, quien, cuando los periodistas lo perdían de vista, subía a una Suburban prieta para continuar su paso.
Nadie en esos años fue tan terco, tan persistente, como López Obrador.
Y en la década siguiente, ese mismo hombre encabezó otros éxodos, ahora en protesta por los fraudes electorales.
Así llegó a Palacio Nacional.
Y así llega ahora a su quinto informe.
Terqueando siempre.
Metido en la camisa de la necedad.
Esa virtud lo ha llevado lejos.
Por eso nuestro personaje conjuga como nadie el verbo terquear.
Y qué decir cuando a la gente más cercana, a la que en realidad aprecia, le recomienda que se vaya a terquear a su pueblo o a su estado.
“Vete a terquear y venme a ver después”, es el mensaje.
Y no lo dice todos los días.
En mayo pasado, eso le dijo a alguien que se la pasa terqueando con mucha frecuencia.
En el origen fue el caos.
Luego vino el verbo.
Y de ahí surgió la conjugación constante, permanente, de terquear.