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jueves, noviembre 21, 2024

El valet y su jefe (crónica de una visita)

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Entra nervioso como un novio antes de la boda. 

Se ajusta la corbata. 

Mira el reloj. 

Escribe un WhatsApp. 

La gente que no lo saludaba, y lo consideraba un paria, hoy lo saluda. 

Sonríe pesadamente. 

Se ajusta de nuevo la corbata. 

Un ujier —su primo Jimmy— le dice algo al oído. 

Entonces corre. 

Es Juan Carlos Natale, diputado federal y valet de Marcelo Ebrard. 

La escena transcurre en el Club de Empresarios de Puebla, donde el secretario de Relaciones Exteriores comerá con algunos empresarios y varios lajartijos. 

Una vez en el presidium, el Valet vuelve a ir de aquí para allá. 

Da instrucciones. 

Se ajusta la corbata. 

Devuelve saludos cortesanos. 

Saluda de mano a un enviado de Nacho Mier, su fiel aliado. 

Mira el reloj. 

Ocupa un asiento, pero al ver que al lado derecho de su patrón hay una silla vacía, corre a llenarla.
Así lo hizo en el pasado reciente con Mario Marín, con Moreno Valle, con Tony Gali —su tío Gamboín—, y con todos aquéllos de los que fue valet. 

Lleva un minuto sentado, y se levanta para cederle el lugar a don Julián Ventosa.
Regresa a su lugar. 

Algunos reporteros hacen preguntas. 

Ebrard responde. 

Ana Montero, dueña de una estación de radio, asiente todo lo que dice el invitado de honor, y cada vez que puede busca el saludo del valet. 

Éste la ve y le da un beso en la mejilla. 

—¿A poco no es un chingón? —pregunta en referencia al jefe. 

—¡Sí! —responde entusiasmada. 

El enviado de Nacho Mier mira envidioso. 

Le preguntan a Ebrard sobre su reunión con el gobernador Barbosa. 

Dice que fue un encuentro muy cordial, pero que no se tocó el tema de la oficina de Relaciones Exteriores “que ha salido en varias columnas”. 

Entonces asienta que la oficina está trabajando muy bien, y que el gobernador y él no le dieron espacio a la “grilla política”, pues hablaron del desarrollo de Puebla. 

El valet está metido en su WhatsApp y en la buena marcha del acto. 

Le preocupa que las cosas salgan bien. 

Desde lejos le da instrucciones a su ujier, que cobra como diputado local. 

Luego mira su reloj, responde un WhatsApp y se ajusta el nudo de la corbata. 

Todo marcha como tiene que marchar. 

Ufff. 

Mira a su jefe con admiración. 

Es un buen valet. 

De los que ya no hay. 

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