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jueves, noviembre 21, 2024

El tonito del presidente López Obrador (y los borregos del lugar común)

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Muchos se escandalizan del lenguaje “soez” del presidente López Obrador en el contexto de la carta de respuesta a los eurodiputados que se expresaron sobre los asesinatos de periodistas en México. 

Y nuevos indignados se sumaron a las más recientes expresiones surgidas en el contexto de La Mañanera del lunes. 

Divertido, el Presidente se volvió a ir en contra del Parlamento Europeo, y acusó a sus integrantes de entrometidos y politiqueros. 

También arremetió en contra de los golpes de pecho de Arturo Sarukhan, embajador de México en Estados Unidos durante el calderonato. 

De cómplice de Genaro García Luna no lo bajó. 

Una vez que pasó la crisis mediática de la Casa Gris —misma que él solo despresurizó—, el Presidente regresó a sus mejores momentos y llamó a sus enemigos a poner —¡ya!— candidato a la presidencia de México para 2024. 

El Presidente es un gran controlador de crisis, cierto, pero tiene una virtud inédita: apaga los fuegos con fuego. 

Su crítica a los mojigatos —primos hermanos de los timoratos— fue francamente hilarante. 

El López Obrador de este lunes está donde mejor se mueve: en las zonas de conflicto. 

Además, sabe que el lenguaje es un ser vivo, y en ese sentido lo usa. 

Ya lo han dicho los lingüistas y los poetas: un idioma es un organismo vivo que está al servicio de los hablantes, y no podemos ser puristas.  

Si los hablantes necesitan designar una realidad, y no somos capaces de ponerle nombre, qué cobardía. 

Lo que está haciendo el presidente es ponerle nombre a la realidad que pretenden designar los 607 escandalizados eurodiputados. 

En un primer momento —créame el hipócrita lector—, me pareció que el lenguaje y el tono de la carta de respuesta al Parlamento Europeo eran políticamente incorrectos. 

¿Qué me pasó? 

Me dejé llevar por los balidos que sonaban por todos lados. 

Este fin de semana, sin embargo, las palabras del Presidente me asaltaron todo el tiempo. 

Siempre he desconfiado de los lugares comunes. 

El lugar común en estos días reza que el Presidente no debió enviar una carta con tantas descalificaciones. 

Y como detesto los lugares comunes, terminé por coincidir con el tonito presidencial. 

Ese sencillo silogismo resolvió mis dudas. 

Hoy por hoy, estoy de acuerdo con el uso que el presidente le dio al lenguaje. 

Cierto: su carta es brutalmente provocativa. 

¿No deben ser así los cambios verdaderos? 

Estamos acostumbrados a la mansedumbre del lenguaje, que encuentra su mejor carretera en los balidos de los borregos. 

Escandalizarse por la carta del presidente es sinónimo de conservadurismo e hipocresía. 

En otras palabras: es convertirse en borrego y balar en los llanos. 

(A mí sólo me gustan los borregos en birria, en barbacoa o al horno). 

Y eso de balar no se me da. 

(¿O sí?) 

Hace unos días, mi admirado Carlos Chimal —que está a punto de arrancar en estas páginas el suplemento científico El Mercurio Volante— me contó que uno de los grandes colaboradores que tendrá es Roald Hoffmann, premio Nobel de Química, quien está convencido que es posible crear poesía a través de la experiencia científica, y viceversa. 

Al leer que el periódico en el que aparecerá el suplemento se llama Hipócrita Lector, Hoffmann le dijo a Carlos que le encantaba el título.  

Y lo calificó de provocativo. 

Desde las páginas de un periódico de tal naturaleza no podemos condenar el lenguaje provocativo de la carta del presidente. 

Sería un contrasentido. 

López Obrador está abriendo nuevas carreteras —nos gusten o no— en el tema de la discusión pública. 

Bienvenida la provocación. 

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