Adán Augusto López es un enigma.
Tiene en sus genes el trópico de Pellicer, el PRI de Tabasco y una ironía reposada en el Sena (a su paso por París).
Nada parece apurarle.
Como buen tabasqueño del periodo Clásico, habla parsimoniosamente y juega con las palabras.
Es, como el presidente López Obrador, buen jugador de dominó y mejor lector del poeta Pellicer.
Digamos que su filosofía podría concentrarse en un hermoso verso de éste:
“Aquí no suceden cosas / de mayor trascendencia que las rosas”.
Su estancia en el Palacio de Covián parece disfrutarla como Ruiz Cortines disfrutó la presidencia.
(En ese mismo tenor, López Obrador goza sus días en Palacio Nacional).
Ya se ve que Claudia Sheinbaum ha empezado a sufrir la sucesión presidencial.
Ebrard, en cambio, la ha convertido en un itinerario del placer.
No tiene nada que perder: lo que suceda será auténtica ganancia.
Digamos que Adán Augusto López —para usar la metáfora de Ibargüengoitia—, va como Nelson llegando a Trafalgar.
No lleva apuro, lleva encomienda.
(El plan b de AMLO es el mejor para él: convertirse en el candidato por descarte).
Según Raymundo Riva Palacio, el secretario de Gobernación va con un encargo del presidente al proceso interno de Morena: legitimar a la ganadora de la encuesta: Claudia Sheinbaum.
Si las aguas no se mueven, como el Usumacinta en las crecidas, la estrategia del presidente se cumplirá.
En esta contienda de dos —Ebrard y Sheinbaum—, Adán Augusto resolverá la ecuación levantándole el brazo a la todavía Jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
Será entonces cuando regrese a Palacio Nacional a rendir el informe de guerra, se entrelazará en un abrazo con su amigo Andrés Manuel, y volverá a despachar a Gobernación.
Al encargado de despacho seguramente le dirá durante su breve ausencia:
“Orita regreso. Voy a ver si ya puso la marrana”.
La marrana, en este caso, es la tan alabada, pero nunca bien ponderada sucesión presidencial.
(Esa cosa abstracta de lo que todos hablamos todo el tiempo).
País-hijo-de-puta. Lo dijo Gibrán Ramírez:
“Si la ley electoral se aplicara, ninguno de los partidos tendría registro”.
En efecto.
Todas las reglas se han violado sistemáticamente.
Pero no sólo ahora.
En este país nunca se ha respetado la ley electoral.
(Siempre hay pasadizos secretos y túneles malolientes para escapar de su blandengue vigilancia).
Digamos que el régimen se ha ido perfeccionando en esa dinámica de simulación y cinismo.
Y eso significa: normalizar la ilegalidad.
Sólo violando la ley se puede crecer en las encuestas.
Sobre todo en los dos meses y días que nos separan del dedazo en cámara lenta.
(O dedazo en diferido).
La aguja de la encuesta no se va a mover pintando bardas o subiendo espectaculares —cosas tan prohibidas como ejercer la prostitución en la vía pública.
Esa aguja sólo se moverá mediante las campañas por aire.
Ya sabemos: anunciándose en radio, televisión, TikTok o YouTube.
Es el país que tenemos.
No busquéis más.
Sí: es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.
(Franklin Delano Roosevelt es el autor de la frase de la que Henry Kissinger se apropió después).