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lunes, noviembre 10, 2025

El Señor Cara de Papa y el Señor Cara de Filete (Retrato hablado de la oposición)

El Señor Cara de Papa y el Señor Cara de Filete (Retrato hablado de la oposición)

Veo en una serie a un personaje dueño de un estudio de cine en Estados Unidos que siempre tiene las palabras exactas para definir toda clase de situaciones.

Un ejemplo:

“Wellington era una gallina hasta antes de pelear con Napoleón.

“Odiaba las agallas de Napoleón.

“Lo odiaba a él.

“Y fue su odio lo que lo hizo grande”.

Cómo olvidarlo: el duque con nombre de filete —aunque en realidad se llamaba Arthur Wellesley— derrotó a Napoleón en la célebre batalla de Waterloo.

Éste, fiel a su temperamento, respondió a bote pronto una vez que fue cuestionado:

“Wellington es un cobarde. Actuó atenazado por el miedo. Tuvo un golpe de suerte y sabe que la fortuna nunca sonríe dos veces”.

No hubo posibilidades de confirmarlo, pues no se volvieron a encontrar.

La victoria le dio a Wellington una fama póstuma y eterna, en tanto que la derrota amargó a Napoleón hasta en lo personal.

Por la mañana de ese 18 de junio de 1815, se vanagloriaba de un futuro triunfo, mismo que pensaba celebrar con una gran cena en el mejor restaurante de Bruselas.

Habría filetes, borgoña y mujeres, según sus cálculos.

En su lugar (toda derrota es amarga) hubo lágrimas, heridas y una tristeza infinita.

También hubo rencor.

(Odio a granel).

Cosa curiosa (y aquí recuerdo la cita del dueño del famoso estudio de cine estadunidense): el odio que Wellington le tenía a Napoleón fue lo que hizo que lo derrotara.

(Su odio lo hizo grande).

Después de la batalla (una vez que vinieron los días de vino y rosas), el Señor Cara de Filete dejó de odiar a Napoleón.

Y fue más allá (al decir de sus biógrafos): aprendió que aparte de saber perder, también es conveniente saber ganar.

Hizo otras dos cosas: en todas las mesas hablaba de cómo derrotó al emperador francés y cómo se acostó —tras su exilio en la Isla de Elba— con dos de sus hermosas amantes.

Mejor final, imposible.

Lo dicen los clásicos: “Existe algo llamado alquimia. No te metas con la alquimia”.

¿Qué tiene que ver esto con la política?

Mucho.

Trump es un Napoleón que ha dejado de estudiar las estrategias de sus enemigos.

Tan confiado está en ganar, que no sabe cómo actuar una vez que pierde.

Sus enemigos lo odian, sí, pero lo estudian.

Conocen cada uno de sus movimientos.

Y saben que un día llegará su Waterloo.

Algo más: no permiten que Trump–Napoleón les huela el miedo.

Ya llegará el día de los cuchillos cebolleros.

En México, en tanto, no hay un Wellington a la vista entre la oposición.

(Todos son los enanos de la Corte).

Una vez asesinado, la oposición volteó a ver al alcalde Uruapan.

(Antes de eso, creían que Uruapan estaba en Guanajuato).

Hoy lo quieren convertir en una especie de guía moral.

Demasiado tarde.

En lo único en que se parecen a Wellington los patéticos señores de la oposición es en lo que tiene que ver con el delicioso e irrepetible filete.

Es todo lo que tienen.

Ah, y miedo, mucho miedo.

Odio mezclado con orina y mucho miedo.

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