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viernes, noviembre 22, 2024

El político enojado

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El diputado federal Gerardo Fernández Noroña es un buen ejemplo de los políticos que regañan a la gente.

¿La razón?

Está enojado por varias cosas:

Porque el presidente López Obrador no lo contempla entre los cuatro aspirantes a Palacio Nacional, porque Mario Delgado, dirigente de Morena, no lo incluye en esa lista, porque el líder del PT en el Estado de México no lo invita a los actos de Delfina Gómez, porque las encuestas serias nunca, jamás, lo miden.

El problema es que su enojo es tan grande que arremete en contra de quienes lo cuestionan en sus transmisiones diarias de YouTube, mismas que se han vuelto francamente patéticas.

De entrada, Noroña es el mejor ejemplo del falso lector de libros.

Siempre está citando autores —con pésima dicción—, y jura que es un lector voraz.

Si lo fuera, no olvidaría los nombres de los personajes ni las circunstancias claves de las obras.

Pero eso es lo de menos.

En su afán terapéutico, busca convencer a sus espectadores de que él va a ganar la candidatura a la Presidencia de la República porque el pueblo simplemente lo ama.

No hay nadie como yo—jura— que haya hecho tanto por México, “salvo el compañero presidente”.

(Ufff. Qué bueno que no se siente el número uno).

Debo admitir ante el hipócrita lector que de un tiempo a esta parte no me pierdo las transmisiones del diputado.

Y es que me sirven para dos cosas: para confirmar que hay personas que usan la política como diván de psicoanalista y para conciliar el sueño por las noches.

Cuando quiero dormir rápido, pongo a Noroña y asunto arreglado.

La lógica nunca falla: si en realidad los astros se le estuvieran acomodando rumbo a la puja por la Presidencia, Noroña estaría de excelente humor.

Pero andan tan fuera de órbita, que su pésimo humor es la constante.

Todos los días, inevitablemente, regaña a quienes se atreven a insinuar que las cosas pintan mal.

Entonces escupe bilis amarilla y acusa a sus interlocutores de vendidos, conservadores y conspiradores.

En pocas palabras: regaña a la gente que se atreve a disentir.

(Los únicos que merecen palabras de agradecimiento son aquellos que cooperan con dólares en casa emisión. Todos los días recolecta entre dos mil y cuatro mil pesos. Nada mal para un paria de la política).

Hace unos días me topé con una entrevista que John Ackerman —otra víctima del mal humor social— le hizo a Abraham Mendieta, un joven y lúcido académico español que vive y opina en México.

Hay que decirlo: Mendieta militó y se formó en Podemos.

Y se nota.

Y se le agradece.

A él le escuché hablar de los políticos que regañan a la gente.

No a cualquier gente.

A la gente sin poder y marginada que, en el caso de Noroña, se atreve a disentir y a dar su opinión.

Esos políticos abundan.

Y es una pena.

La superioridad moral de la que presumen es su principal carencia.

No podía ser de otra manera.

Mario Marín, por ejemplo, se transformó en cuanto empezó a crecer políticamente.

Fue entonces que empezó a humillar a los de abajo y a ser genuflexo con los de arriba.

Rafael Moreno Valle fue también un déspota con aquellos que no merecían un saludo siquiera.

El presidente López Obrador critica todos los días, sí, a los hombres de poder (periodistas, políticos, empresarios), y sella un pacto de amor con los que menos tienen.

No es fácil ser así.

Durante muchos años he visto personajes malhumorados pese a que sus chequeras y sus familias gozan de cabal salud.

Y ese mal humor lo dejan salir frente a la buena gente de los restaurantes, por ejemplo.

El camarero que sirve el vino es, inevitablemente, una víctima ideal.

En él descargan sus frustraciones.

Y lo hacen con gritos y aspavientos.

Son como un Noroña insatisfecho y malogrado.

Cierro con unas palabras brutales —que los definen— citadas por Abraham Mendieta en esa charla televisiva:

“El golpe militar contra Juan Domingo Perón —en la Argentina de 1955— lo hicimos para que el hijo del barrendero muriera siendo barrendero”.

El autor fue Arturo Rial, un militar argentino, perteneciente a la Armada, que logró ser contraalmirante.

¿A cuántos malhumorados metidos a la política conoce el hipócrita lector?

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