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jueves, noviembre 21, 2024

El infierno de los panistas después de García Luna (¡Qué pinche golazo! ¡Qué partidazo!)

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El jurado popular acababa de declarar culpable de cinco cargos a Genaro García Luna, en la Corte de Nueva York, cuando Javier Lozano Alarcón, compañero de gabinete y defensor a ultranza del citado, subió un tuit que reflejaba algo más que un estado de evasión de la realidad:

“¡Qué pinche golazo! ¡Qué partidazo!”.

Se refería a un gol de Vinicius, durante el partido Liverpool-Real Madrid, en el contexto de la copa Champions.

Del otro lado del mar, Felipe Calderón —jefe de ambos— seguramente se servía la enésima copa de tequila para acabar con los malditos nervios propiciados por el fallo.

Y es que al fallar en contra de quien fue socio del Chapo Guzmán, en la supuesta guerra contra el narco, estaban fallando también contra él.

La tesis de la microhistoria, cuyo padre es el gran Luis González y González, sirve para entender mejor los fenómenos históricos.

Me remito, con el permiso del hipócrita lector, a ese ejercicio para buscar en lo micro el tamaño de lo macro.

Un antecedente rural de Genaro García Luna fue jefe de la policía judicial en la región de Huauchinango en los años ochenta y noventa: el comandante Manuel Bonilla.

Una noche de alcohol, el tipo llegó al burdel de Xicotepec de Juárez, ya desaparecido, y se llevó a una chica a uno de los pequeños cuartos.

Cuando ya estaban en la intimidad, el comandante dejó su pistola en un buró y se dispuso a fornicar en el peor sentido de la palabra.

Metido en su poder y en el alcohol, mordió con tal fuerza el clítoris de la chica que lo arrancó de golpe.

Luego lo escupió al suelo para demostrar el tamaño de su hombría.

Ella soltó un chillido mientras el antecesor de García Luna soltaba una estruendosa carcajada.

La impunidad triunfó de nuevo.

Nadie castigó el acto carnicero.

Y Bonilla siguió reinando desde la Judicial.

Una o dos veces por semana se iba a comer con sus cotidianos contertulios:

Un notario, el juez de lo civil, el ministerio público adscrito al distrito, el dirigente del PRI en turno, algún periodista y el presidente municipal.

Así transcurría la vida de los buenos señores:

Entre comilonas, borracheras, actos de poder y, faltaba menos, el respeto de los ricos del pueblo.

En los actos públicos aparecían adecentados, metidos en trajes y corbatas que les daban un aura de respeto.

Más tarde, ya en las comilonas, sacaban su verdadera personalidad y se dedicaban a cruzar datos para extorsionar a los ingenuos ciudadanos que caían en sus garras.

La escena parece una película mexicana de los hermanos Almada.

No lo es.

En el México de los pueblos este tipo de complicidades son comunes.

El germen de García Luna creció en esa cultura judicial.

Hoy que nos horrorizamos por el México de los Fox y los Calderón —la docena trágica del panismo—, entendemos que vivimos en un narcoestado aplaudido por muchos que hoy son diputados federales y locales, o senadores de la República, o alcaldes y gobernadores.

Claro que Calderón supo a qué se dedicaba su mano derecha.

Y claro que Margarita Zavala, hoy diputada, también lo supo.

Ambos fueron favorecidos por esa red siniestra de alguna manera.

Todo esto encuentra su culminación en dos vías: con un triunfo inobjetable del presidente López Obrador y una derrota brutal del PAN y sus aliados.

Lo más ridículo fue el artículo —largo, aburrido y pretencioso— que Calderón publicó en Reforma el lunes pasado.

Como si fuera un intelectual respetado o un ideólogo con autoridad moral, el socio de García Luna pontificó y dio línea sobre la organización de los ciudadanos para derrocar el régimen de la 4T.

Sólo le faltó el contexto.

Y es que hizo su gracejada justo cuando su mano derecha estaba siendo enviando al infierno por un jurado popular en una corte neoyorquina.

A los calderonistas —en Puebla los ubicamos perfectamente— no les queda más que la evasión mental de la que hizo gala el Roemer poblano en Twitter:

“¡Qué pinche golazo! ¡Qué partidazo!”.

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