Hasta el último momento, Ignacio Mier Velazco pujó para doblar a Alejandro Moreno, Alito, dirigente nacional del PRI.
Su falsa trama de que iban conducidos a la derrota —cual perritos apaleados— es tan hechiza como las porras de sus matraqueros.
Ésos que celebran un triunfo con lágrimas en los ojos, y extienden, a la menor oportunidad, una mano sudorosa y sensiblemente frágil.
Nada hay que creerles.
Faltaba más.
Empiezo por las pruebas.
El número dos de la bancada del PRI, Marco Mendoza (coordinador de campaña de la esposa y candidata del poderoso Rubén Moreira a la gubernatura de Hidalgo), presentó una iniciativa —días antes del escándalo— absolutamente idéntica a la del presidente López Obrador.
¿Cuál era el fin?
Mandarle un guiño a Nacho Mier en el sentido de que su voto sería para Morena.
El estratega que hizo perder a José Luis Flores (en 1998) y a Enrique Doger (en 2006 y 2010), supuso que si le quitaba al PRI unos quince votos serían suficientes como para generar un ambiente de triunfo.
Grave error.
Se equivocó una vez más.
Al interior del expartidazo descubrieron la deslealtad de Moreira y terminaron por frenarlo.
El coordinador de la campaña de Carolina Vigianno de Moreira retiró la iniciativa y todo regresó al fracaso original.
Las horas siguientes estuvieron llenas de amenazas en contra de Alito.
Ya se sabe:
Activación de investigaciones de la Unidad de Inteligencia Financiera y otras lindezas.
¿Qué se podía esperar de Ignacio Mier?
Realmente muy poco.
Su jefe de prensa, convertido en su valet, intenta reanimarlo y convencerlo de que es un personaje nacional con miras a la gubernatura de Puebla.
Tarea imposible.
Sobre todo porque Jorge Estefan Chidiac lo ubicó en un lugar del que no podrá salir: el del gerente derrotado de una trama de terror.
Y ya sabemos que todos los gerentes tienen jefes.
¿Cuántos?
Veinte o treinta.
Y muchos más en la medida en que se siga hundiendo el barco.