El acoso sexual tiene los rostros más diversos y brutales.
Es 1974 en un vagón del Metro del ya desaparecido Distrito Federal.
Una mujer de falda viaja de pie pese a que no hay muchos usuarios.
Un hombre se acerca a ella discretamente —con un fólder en la mano— y con una habilidad siniestra saca su pene y lo coloca a unos milímetros de su víctima.
Todo transcurre vertiginosamente.
Antes de que ella perciba la acción del tipo, éste guarda su sexo y sale disparado del vagón.
Ella toca la parte trasera de su falda y siente un líquido viscoso.
Su rostro de terror lo dice todo.
Esta escena, lo sé, es brutalmente desagradable, pero ocurre todos los días en el transporte público.
Es parte de una cultura de impunidad que sólo puede terminar si se establecen penas más altas en materia penal, tal y como están previstas en la reciente propuesta gubernamental.
Hoy por hoy, ese crimen no tiene consecuencias serias.
Digamos que duerme en el cajón de las sanciones administrativas.
Por unos cuantos pesos, el depredador queda en libertad de seguir atacando a las mujeres con las que se topa.
Lo mismo ocurre con quienes abusan de sus cargos de autoridad y acosan sexualmente a sus empleadas.
No hay castigo para éstos.
Sus jefes —tan detestables como ellos— son sus cómplices cotidianos.
Escenarios para una viuda en la Tierra de Nadie. Tres caminos tiene Grecia Quiroz viuda de Manzo en Uruapan, Michoacán:
Uno: continuar la lucha de su esposo ejecutado —con el mismo fraseo, con la misma narrativa—, y, en consecuencia, rasgar la cuerda que divide el antes y el después —la paz y la furia— con un riesgo brutal que podría culminar, lamentablemente, con su propia muerte.
Dos: cambiar el fraseo —cambiar la narrativa—, y hacer un gobierno mesurado, ajeno al que hizo su esposo: un gobierno de bajo perfil que evite la confrontación con los cárteles de la droga que manejan las industrias del limón, del aguacate, del secuestro, del cobro de piso y de la extorsión.
Tres: arreciar la lucha contra el Narco —en el mejor estilo de su esposo— y lograr triunfos brutales que incrementen su alta popularidad y su calidad moral, lo que le permitiría ganar la elección por la gubernatura de Michoacán en 2027.
Ninguno de los tres escenarios es sencillo porque la vida en Michoacán dejó de ser sencilla desde que Lázaro Cárdenas Batel le pidió a Felipe Calderón el apoyo del ejército para detener el embate de la Familia Michoacana.
Lo único que ha crecido en los últimos veinte años en la entidad son los cárteles de las drogas y la terrible inseguridad.


