Claudia Sheinbaum llegó a Puebla con Jesús María Tarriba, físico como ella, pareja suya desde hace algún tiempo.
Con él estuvo a lo largo de la jornada.
Siempre a su lado.
La gente se preguntaba quién será el hombre de pelo cano que estaba ahí, codo con codo, y a quien le dedicaba tiernas miradas.
Algunas palabras al oído eran suficientes para que los curiosos supieran que entre ellos había algo más intenso que la camaradería.
Se conocieron en sus años de estudiantes en la universidad.
Él iba un año más abajo en la facultad de Ciencias.
Y cerca de 18 meses mantuvieron un noviazgo que los marcó de por vida.
Una natural separación los llevó por rutas diferentes.
Ella se casó.
Él se fue a un exilio educativo.
Los años pasaron.
El tiempo los juntó de nuevo cuando ambos se habían llenado de postgrados y de algo parecido a la melancolía.
Se encontraron cuando los dos ya estaban divorciados.
Y maduró, inevitable, el amor postergado.
¿Se casarán algún día?, les han preguntado a mares.
Quizás, quizás, quizás, es la respuesta.
Es claro que sí lo harán, cuando ella arribe a lo que hoy por hoy está en su ruta crítica: la Presidencia de la República.
¿De qué hablan los físicos cuando están a solas?
¿De partículas subatómicas, de electrones, de física cuántica?
¿O simplemente del futuro inmediato cuajado de proyectos?
Este sábado —entre ponencias, conversaciones y acuerdos privados— hubo algo de todo eso entre quienes en la intimidad sólo son Claudia y Jesús María.
Que Einstein los redima.