Antes de que López Obrador llegara a Puebla a su encuentro con el gobernador Barbosa, la mañana de este sábado los voceros de algunos adelantados que andan en campaña corrieron la versión de que habría regaños y llamadas de atención.
Frustrados, al ver el resultado del encuentro, los mariachis callaron y enfrentaron en sus pueblos a sus propios demonios: éstos, sí, demasiado gritones y embravecidos.
Las versiones que circularon estos mismos personajes hablaban de que el presidente quería informes acerca de temas como la revocación del mandato y el manejo local de los programas federales.
Nuevas mentiras.
Nada de eso apareció en la agenda.
De entrada, el presidente López Obrador llegó de extraordinario humor.
El gobernador Miguel Barbosa lo recibió en Casa Aguayo desde temprana hora.
El trato entre ambos fue de lo más afectuoso.
No podía ser de otra manera.
Semanas atrás —cuando el presidente confirmó que presidirá el desfile del 5 de mayo en Puebla—, se dio en Palacio Nacional una charla de lo más reveladora que ahora se trasladó a Casa Aguayo.
—¿Ésta es Casa Puebla? —preguntó el Presidente cuando llegó.
La explicación que le dio el gobernador le gustó por el carácter histórico del inmueble.
El Presidente se enteró que la sede del Palacio de Gobierno data del siglo XVII y que en su momento fue utilizada como cuartel militar.
(Ahí estuvieron acuartelados cientos de militares que participaron en la batalla de 1862).
La fachada de Casa Aguayo conserva elementos del siglo XVII, tales como arcos sumamente rebajados y enmarcados con cornisas que terminan en lacerías.
Ya en la revisión de los avances de los programas para el Bienestar, estuvieron, entre otros, dos poderosos personajes: Carlos Torres Rosas, secretario técnico del Gabinete de la Presidencia y coordinador general de Programas para el Bienestar, y Juan Pablo de Botton, subsecretario de Egresos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Don Dinero.
En un momento, el gobernador le obsequió al presidente un documento histórico —fechado el 1 de mayo de 1861—, firmado por el presidente Benito Juárez y el ministro de guerra Ignacio Zaragoza.
El presidente dijo que la importancia de dicho documento radica en que un año después el general Zaragoza enfrentaría en Puebla a los franceses y enviaría un famoso e histórico telegrama: “Las armas mexicanas se han cubierto de gloria”.
En ese contexto, anunció: “Lo enviaremos formalmente para el Recinto a Juárez de Palacio Nacional”.
La cálida reunión terminó con nuevos abrazos y agradecimientos, así como una frase que pondrá de malas a los mariachis que callaron y a sus garroteros: “Te quiero mucho, Miguel. Gracias por todo tu apoyo siempre”.
Los garroteros y sus columnas. Los conocí como jefes de prensa del diputado local Pipitilla, del senador Chambón o del diputado federal Malagón.
Siempre dispuestos a hacer su trabajo.
A saber: aguantar los regaños del jefe en turno, redactar boletines —basados, faltaba menos, en el infinitivo sioux— y gestionar cafés, desayunos o comidas.
La ruta crítica era ésta: llegaban media hora antes, daban el abrazo de caguamo (al tiempo de soltar un “¡hermano, qué gusto verte!”) y se ponían a enumerar las bondades del nuevo jefe.
A saber: es “bien buena onda”, es “bien culto y estudioso”, es “muy chambeador”.
La charla giraba a veces en el pasado reciente.
—Pensé que seguías con el senador Chambón.
—Nel. ¡Era un culero! No me quiso dar mi aguinaldo.
Y caían en un relato conmovedor que bien podría ser el de las muchas madres solteras que no reciben pensión para sus hijos.
—Pero tú decías que el senador Chambón era “bien buena onda”, “bien culto y estudioso” y “muy chambeador”.
—Pus sí, pero resultó un culero.
Cuando el nuevo jefe de plaza llegaba al lugar, mi amigo, el encargado de prensa y relaciones públicas, se convertía en mesero:
—¿Qué se te ofrece, mi señor? ¿Una Perrier o una Evian? —le decía con un servilismo que ruborizaba.
Durante toda la reunión, nuestro personaje celebraba las bromas de su nuevo jefe y asentía lo que decía.
Asentía tantas veces que terminaba con dolor de cuello o síndrome del Niño Cantor.
Para terminar, volvía a camuflarse: ahora en valet parking o en escolta, pues corría a abrirle la puerta al dador de sus quincenas.
Lo novedoso es que estos jefes de prensa ahora se han vuelto columnistas.
Pero no cualquier tipo de columnistas.
Columnistas aguerridos en contra del poder.
Pero no cualquier tipo de poder.
Columnistas aguerridos en contra del gobernador Barbosa.
Son los garroteros que aseguraron que la visita del presidente López Obrador estaría llena de regaños y llamadas de atención.
¿Qué les falló?
Lo de siempre: la mala información y la ausencia de cruce de datos.
Reportear no es difícil, pero si no se hace la cosa se complica.
Luego por eso las columnas no se confirman en la vida real.
Por cierto: uno de éstos jefes de prensa doblado de columnista crítico es conocido por haberse quedado con el dinero obtenido de un pase de charola —en ocasión de la muerte de un brillante reportero en los años noventa—.
La historia es vomitiva y morbosa.
Pronto la leerá el hipócrita lector en estas páginas.
Un modelo que protege mujeres. La Comisión Nacional de Tribunales Superiores de Justicia de los Estados Unidos Mexicanos, reunida en Puebla, tuvo un logro significativo.
Ante 28 titulares de los poderes judiciales de los estados, Héctor Sánchez Sánchez, presidente magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Puebla, presentó un inédito y urgente Modelo de Medidas de Protección para Mujeres, Niñas, Niños y Adolescentes en situación de Riesgo 24/7, mismo que fue muy bien recibido por los participantes, entre quienes se encontraban Frida Gómez y Jennifer Seifert, integrantes del Frente Nacional Contra la Violencia Vicaria, y colectivas integrantes de la Ley Camila, el Frente Nacional de Mujeres Cam Cai y la Ley Sabina.