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viernes, noviembre 22, 2024

¿A cómo amaneció el metro cuadrado en los dominios de Tony Gali?

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Mi fuente me buscó para ofrecerme oro molido sobre el gobierno de Tony Gali Fayad.

¿Qué lo llevó a hacerlo?

Las columnas que publiqué la semana pasada sobre el hoy vecino y fraccionador de The Woodlands, Texas.

Algunos integrantes de la familia Gali se aburren un poco.

Y cómo no.

El exilio, aunque sea dorado, no deja de ser eso: un exilio.

Porfirio Díaz nunca se repuso de su exilio en París, donde tenía los mejores restaurantes y museos.

Extrañaba México, pese a su carácter rupestre.

En una novela sobre esos días en París, Carlos Tello Díaz relata cómo la tristeza y la nostalgia fueron consumiendo a don Porfirio.

Extrañaba la comida, el ruido de la ciudad y hasta el idioma español.

En The Woodlands hay quienes extrañan todo eso, pese a los poblanos que viven ahí o tienen casas de descanso.

No hay exilio bueno.

Todo exilio físico es también un exilio del alma.

Regreso a la fuente que me dio una copia de un “diagnóstico situacional” del microgobierno de Gali en el tema de adjudicaciones directas, licitaciones y otras lindezas.

Algo me hizo notar el susodicho: “observa cómo se viola el “apego normativo” en una buena parte de los casos.

La estrategia era una: hacer como que se corregía el error sobre una obra ya adjudicada y hasta liquidada.

¿Qué tipo de corrección se hacía?, se preguntará el hipócrita lector.

Una corrección ornamental para justificar varios despropósitos:

Fallos sin apego normativo, irregularidades en las fechas de los fallos, falta de oficios de autorización de inversión en varios concursos por invitación, dictámenes de excepción poco robustos, convocatorias sin apego normativo, justificación de excepción diferente al fallo y errores en las disposiciones jurídicas.

Esas lindezas quedaban resueltas con una “tarjeta informativa” de unas cuantas líneas.

El documento es apenas una cereza de un enorme pastel con el rostro del exgobernador.

Por cierto:

¿A cómo amaneció el metro cuadrado en The Woodlands?

Y las casitas de la Inmobiliaria Gali, ¿en cuánto andan?

 

¿Quién es el que anda ahí? En las fotos de la reinauguración del hotel Royalti aparece el supuesto dueño: 

Francisco López Aragón.

En una columna publicada en octubre de 2021, el periodista Darío Celis escribió estas líneas en las que habla de Sergio Castro —amado por los juniors poblanos y odiado por las novias de éstos— y del propio López Aragón.

Vea el lector:

“(Castro) Sí es investigado por crear un gran número de oficinas a lo largo del país. En su red de intereses apunte a Federico y Gabriel Sada Bolaños en Oaxaca; Francisco López Aragón en Jalisco, y Germán Rosete López de Llergo en Monterrey.

“(…) El SAT, que comanda Raquel Buenrostro, y la Procuraduría Fiscal de la Federación, que encabeza Carlos Romero Aranda, los tiene a todos en la lista negra”.

Cómo olvidar a Sergio Castro López, denominado en su momento el Rey del Outsourcing.

Hay una historia sentimental que lo retrata perfectamente.

Puebla, hacia 2010.

Eran los años del marinismo.

En una larga mesa del restaurante Kampai —entre calamares rellenos de cangrejo, sushi, Sakana Furai y Gohan—, “Papi lindo” departía con una docena de adolescentes poblanos de apellidos ligados al dinero inmobiliario y la política.

Metido en su poder, escuchaba las gracejadas de los jóvenes pudientes con una sonrisa que lo decía todo.

Él, sin duda, pese a su pequeño tamaño, era el rey de la mesa.

(Un rey moreno, que, sin ese poder, habría pasado desapercibido).

Y ellos, los felices juniors, lo sabían.

Y así se lo hacían sentir.

Nacido en Oaxaca, en el seno de una familia humilde, el rey del outsourcing se convirtió en un hombre millonario gracias a una tenacidad envidiable.

Tenía todo lo que cualquiera hubiera soñado: nombre, poder y dinero.

Además, era amigo de políticos.

Los presidentes de la República lo habían invitado a su mesa en varias ocasiones.

Y qué decir de los gobernadores.

Todos querían estar con él.

Empezando por esos jóvenes de apellidos ilustres de la Puebla levítica.

Uno a uno los iba llamando.

Uno a uno corrían para acomodarse a su lado izquierdo.

Los whiskies caros circulaban en esa escena de poder absoluto.

El vino blanco.

Alguna botella de champaña.

Las jóvenes debutantes miraban de soslayo, y con una envidia no disimulada, al receptor de tantos homenajes.

Él, modesto, triunfador, saboreaba su triunfo hablando bajo, lejos de la ostentación.

Eso sí: dueño de las miradas, de los suspiros y de los futuros de esos poblanos de cepa.

Las novias de los juniors no capturaban tantos suspiros como el oriundo de Oaxaca.

Pese a sus espléndidos rostros y cuerpos, las novias sufrían cancelaciones cuando el rey del outsourcing les tronaba los dedos a sus jóvenes amados.

Uno de ellos, incluso, recibió un penthouse amueblado en la mejor zona de Puebla, y una lujosa camioneta.

—Cierra los ojos, le dijo “Papi Lindo” al abordar un elevador.

(Junior obedeció).

—¡Ábrelos! —ordenó el héroe de esa película cuando ingresaron.

Un enorme oso de peluche color rosa descansaba sobre la gran cama de sábanas de algodón egipcio.

La Puebla fashion a todo lo que daba.

¿A qué sitio de la memoria se fue a vivir esa comilona en el Kampai?

¿A dónde se fueron los whiskies y el Sakana Furai?

Qué historias, qué tramas, qué narrativas por venir.

Y todo esto, siempre, inevitablemente, nos lleva a esas dos grandes frases del clásico: 

“Sigue la ruta del dinero” y “nos vemos en el infierno, gángster”.

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