Falta un año para el proceso electoral de junio de 2024, no tan simbólico e interesante en términos políticos, como lo fue el de 2018, cuando el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, participaba por tercera ocasión bajo las siglas de su propio partido (Morena) y lograba derrotar al PRI de Enrique Peña Nieto.
Hoy las condiciones son diferentes y el actual régimen busca darle continuidad a su llamado movimiento de transformación. Y sin duda alguna, el principal conductor de este nuevo proceso de sucesión, por cierto, muy adelantado, es el propio López Obrador.
Desde meses atrás, dejó correr a los cuatro principales precandidatos, dos de ellos secretarios de su gabinete, una más jefa de Gobierno la CDMX, y, el otro, coordinador de los senadores morenistas. Sobre todo, por la debilidad política de una oposición, desorganizada y sin fuerza, que pudiera disputarle su liderazgo carismático y hacerle contrapeso político.
La agenda nacional y el tema de la sucesión las sigue imponiendo él, ante la opinión pública y entre sus dirigentes y bases militantes.
Lo que acabamos de conocer y leer, acerca de los resolutivos del Consejo Nacional de Morena, no son otra cosa, que las líneas trazadas que ha venido mencionando en varias de sus sesiones mañaneras, sobre el famoso método a seguir de quién deberá ser su sucesor.
Según lo acordado, del 12 al 16 de junio, cada uno de los aspirantes debe manifestar su participación ante una Comisión Electoral. Después del 19 de junio al 27 de agosto, las y los aspirantes harán sus propios recorridos por todo el país, para promover el proyecto de la 4T (sin apoyo oficial de ningún gobierno). La encuesta interna de Morena la levantaran del 28 de agosto al 3 de septiembre, llevada a cabo por una Comisión de Encuestas y las empresas seleccionadas, previo acuerdo con los representantes de cada uno de ellos. Del 4 al 6 de septiembre procesarán la información y entregarán los resultados a sus órganos nacionales, para dar a conocer los resultados públicamente.
Además, para esta semana, harán pública sus renuncias, tanto de Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal que son quienes han venido haciendo precampaña en varias partes del país.
El presidente, en sus conferencias más recientes, lo repite y repite, cuando le preguntan y habla de la sucesión: “La unidad es importantísima y que la única lealtad y principios deben ser al pueblo”.
Ayer, en tiempos del viejo partido de Estado, decían que la unidad y disciplina de sus sectores los llevaría al triunfo. Unidad nacional coreaban en sus grandes concentraciones. Mi compromiso es contigo de Enrique Peña Nieto. Sabían que tener un partido controlado de manera vertical, más un candidato, producto del “dedazo” y con recursos públicos, seguirían con el poder.
Actualmente, bajo el sello de la Cuarta Transformación, los principales elementos que sostienen vienen siendo: “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”, “la unidad es importantísima”, “el pueblo está muy politizado”, “no hay que menospreciar al pueblo”, “la lealtad y principios son con el pueblo” y “el pueblo es mucha pieza”.
Algo fundamental siempre ha estado presente, en los partidos que detentan el poder, es la división interna o las escisiones que se dan. Ellos saben y conocen que, si se dividen, siempre pondrán en riesgo sus triunfos electorales. Hoy un conflicto interno le pesaría más a Morena que el propio bloque opositor.
Tal vez por eso, buscan salir con una “unidad a toda costa”, porque saben que con ello tendrán asegurado sus victorias electorales para 2024.
El método de las encuestas al interior del partido que gobierna tampoco es la gran aportación para dirimir sus conflictos internos. Ayer, se practicaron en el PRD. En noviembre de 2011, para nombrar al candidato presidencial, se llevó a cabo una encuesta de cinco preguntas, entre López Obrador y Marcelo Ebrard, entre ambos hubo una diferencia de 1.6 puntos.
En ese entonces muchos pensamos que el jefe de gobierno de la Ciudad de México había ganado la encuesta. Sin embargo, Marcelo Ebrard, aceptó su derrota al reconocer que López Obrador se impuso en tres de las cinco preguntas planteadas por los encuestadores.
Y todavía dijo: “Soy leal. Podría empecinarme, ir a las internas. Pero ¿dónde queda la congruencia? Sería un suicidio para la izquierda. El camino está antes que el deseo, el mayor de los éxitos a Andrés Manuel”. AMLO, lo compara nada menos que con Ulises, de la obra literaria La Odisea, no se dejó cautivar por el canto de las sirenas, se puso cera en los oídos.
Comento lo anterior, porque de los cuatro, solo Marcelo Ebrard, es quien ha buscado la candidatura presidencial dos veces. Se sigue manteniendo en una línea de centro progresista y desconozco cuál sea la postura que asuma en estos tiempos de la mencionada transformación.
Concluyo: Después de 2012, López Obrador, dejo la consigna de la República amorosa y se dedicó a construir su propio Movimiento de Regeneración Nacional, hasta concluir en la construcción de su propio partido (Morena), para arribar a 2018 y obtener el triunfo electoral, hoy es el principal actor en el proceso de su sucesión.